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—En el oeste, señor, cerca de la frontera.
Maxon asintió lentamente y se quedó pensando, como si estuviera juntando
aquella información a otras que ya tenía en la cabeza.
—¿Qué dice mi padre?
—En realidad, alteza, quiere saber qué piensa usted.
Maxon se mostró sorprendido por un instante:
—Sitúen las tropas al sureste de Sota y por todo Tammins. No las lleven más
al sur, hasta Midston; no valdría de nada. Veamos si podemos interceptarlos.
El hombre se puso en pie e hizo una reverencia.
—Excelente, señor.
Y tan rápido como había aparecido, desapareció.
Yo sabía que, supuestamente, debíamos volver a las fotos, pero Maxon ya no
parecía tan interesado.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Él asintió, apagado.
—Sí. Es por toda esa gente.
—Quizá debiéramos dejarlo —sugerí.
Él sacudió la cabeza, irguió el cuerpo y sonrió, apoyando su mano sobre la
mía.
—Una cosa que debes aprender en esta profesión es a parecer tranquilo
cuando no lo estás. Sonríe, America, por favor.
Levanté la cabeza y sonreí tímidamente a la cámara mientras el fotógrafo
iba haciendo su trabajo. Cuando tomaba aquellas últimas instantáneas, Maxon me
apretó la mano, y yo apreté la suy a. En aquel momento sentí que había una
conexión entre nosotros, algo profundo y verdadero.
—Muchas gracias. La siguiente, por favor —dijo el fotógrafo.
Nos pusimos en pie, y me cogió la mano.
—Por favor, no digas nada. Es imprescindible que seas discreta.
—Por supuesto.
El sonido de un par de tacones acercándose me recordó que no estábamos a
solas, pero me habría gustado quedarme. Él me apretó la mano por última vez y
me soltó y, mientras me alejaba, me planteé varias cosas. Resultaba agradable
que Maxon confiara en mí lo suficiente como para compartir conmigo su
secreto, y por un momento me había sentido como si estuviéramos solos. Luego
pensé en los rebeldes, y en cómo solía hablar el rey de su traición, pero me había
comprometido a no decirle nada a nadie. No tenía mucho sentido.
—Janelle, querida —dijo Maxon, al acercarse la siguiente. Sonreí para mis
adentros al oír aquel saludo tan manido. Maxon bajó la voz, pero y o seguía
oyéndolo—. Antes de que se me olvide, ¿estás libre esta tarde?
Sentí una especie de nudo en el estómago. Supuse que aún sería efecto de los
nervios.