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—Bueno. Lo que había pensado es que tú y yo podríamos tener una señal, o
algo así, algún modo de decirnos que necesitamos hablar sin que nadie más lo
sepa. ¿Qué tal frotarnos la nariz? —Y se pasó un dedo adelante y atrás justo por
encima del labio.
—Parecerá que estás resfriado. No queda muy bonito.
Se me quedó mirando, algo sorprendido, y asintió.
—Muy bien. ¿Qué tal si nos pasamos los dedos por entre el cabello?
Sacudí la cabeza casi al instante.
—Yo casi siempre llevo el pelo recogido con horquillas. Es prácticamente
imposible que pueda pasarme los dedos por en medio. Además, ¿qué pasará si
llevas la corona puesta? Se te caería al suelo.
Levantó el dedo y me señaló con él, considerando mi respuesta.
—Muy bien pensado. Hmmm…
Pasó a mi lado, concentrado, y se detuvo cerca de la mesilla de noche.
—¿Qué tal si te tiras suavemente de la oreja?
—Me gusta —respondí, después de pensármelo un momento—. Es lo bastante
sencillo como para que se pase por alto, pero no tan frecuente como para que
podamos confundirlo con cualquier otra cosa. Nos quedamos con lo del tirón de
la oreja.
Maxon estaba mirando algo fijamente, pero se giró y me sonrió.
—Me alegro de que estés de acuerdo. La próxima vez que quieras verme,
tírate con suavidad del lóbulo y y o vendré en cuanto pueda. Probablemente
después de la cena —concluyó, encogiéndose de hombros.
Antes de que pudiera preguntarle cómo tenía que acudir y o si él me llamaba,
Maxon atravesó la habitación con mi frasco en la mano.
—¿Qué diantres es esto?
Suspiré.
—Me temo que es algo imposible de explicar.
Llegó el primer viernes, y con él nuestro debut en el Illéa Capital Report. Era
algo a lo que estábamos obligadas, pero al menos esa semana lo único que
debíamos hacer era estar sentadas. Con la diferencia horaria saldríamos en
antena a las cinco, estaríamos allí sentadas una hora y luego podríamos ir a
cenar.
Anne, Mary y Lucy se esmeraron especialmente en vestirme. El vestido era
de un azul intenso que se acercaba al morado. Me ajustaba por la cadera y luego
se abría en unas suaves ondas satinadas por detrás. No podía creerme que
pudiera tocar siquiera algo tan bonito. Mis doncellas me abrocharon botón tras
botón por la espalda, me pusieron horquillas con perlas en el cabello, unos
minúsculos pendientes con perlas y un collar con un cordoncito tan fino y más
perlas tan separadas que parecían flotar sobre mi piel.