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La Seleccion - Kiera Cass

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—Bueno. Lo que había pensado es que tú y yo podríamos tener una señal, o

algo así, algún modo de decirnos que necesitamos hablar sin que nadie más lo

sepa. ¿Qué tal frotarnos la nariz? —Y se pasó un dedo adelante y atrás justo por

encima del labio.

—Parecerá que estás resfriado. No queda muy bonito.

Se me quedó mirando, algo sorprendido, y asintió.

—Muy bien. ¿Qué tal si nos pasamos los dedos por entre el cabello?

Sacudí la cabeza casi al instante.

—Yo casi siempre llevo el pelo recogido con horquillas. Es prácticamente

imposible que pueda pasarme los dedos por en medio. Además, ¿qué pasará si

llevas la corona puesta? Se te caería al suelo.

Levantó el dedo y me señaló con él, considerando mi respuesta.

—Muy bien pensado. Hmmm…

Pasó a mi lado, concentrado, y se detuvo cerca de la mesilla de noche.

—¿Qué tal si te tiras suavemente de la oreja?

—Me gusta —respondí, después de pensármelo un momento—. Es lo bastante

sencillo como para que se pase por alto, pero no tan frecuente como para que

podamos confundirlo con cualquier otra cosa. Nos quedamos con lo del tirón de

la oreja.

Maxon estaba mirando algo fijamente, pero se giró y me sonrió.

—Me alegro de que estés de acuerdo. La próxima vez que quieras verme,

tírate con suavidad del lóbulo y y o vendré en cuanto pueda. Probablemente

después de la cena —concluyó, encogiéndose de hombros.

Antes de que pudiera preguntarle cómo tenía que acudir y o si él me llamaba,

Maxon atravesó la habitación con mi frasco en la mano.

—¿Qué diantres es esto?

Suspiré.

—Me temo que es algo imposible de explicar.

Llegó el primer viernes, y con él nuestro debut en el Illéa Capital Report. Era

algo a lo que estábamos obligadas, pero al menos esa semana lo único que

debíamos hacer era estar sentadas. Con la diferencia horaria saldríamos en

antena a las cinco, estaríamos allí sentadas una hora y luego podríamos ir a

cenar.

Anne, Mary y Lucy se esmeraron especialmente en vestirme. El vestido era

de un azul intenso que se acercaba al morado. Me ajustaba por la cadera y luego

se abría en unas suaves ondas satinadas por detrás. No podía creerme que

pudiera tocar siquiera algo tan bonito. Mis doncellas me abrocharon botón tras

botón por la espalda, me pusieron horquillas con perlas en el cabello, unos

minúsculos pendientes con perlas y un collar con un cordoncito tan fino y más

perlas tan separadas que parecían flotar sobre mi piel.

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