You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
que tenía que ser su princesa, lo tendría en cuenta mucho más de lo que la gente
pensaba.
—Además —susurró—, todo entre nosotros parece tan… vacío.
Entonces llegaron las lágrimas.
Suspiré y la abracé. Lo cierto era que y o quería que se quedara, que
estuviera allí, conmigo, pero si no quería a Maxon…
—Marlee, si no quieres estar con Maxon, creo que tendrías que decírselo.
—Oh, no. No creo que pueda.
—Tienes que hacerlo. Él no desea casarse con alguien que no le ame. Si no
sientes nada por él, tiene que saberlo.
Ella negó con la cabeza.
—¡No puedo pedirle que me eche! Necesito quedarme. No podría volver a
casa… Ahora no.
—¿Por qué, Marlee? ¿Qué es lo que te retiene?
Por un momento me pregunté si las dos compartíamos el mismo oscuro
secreto. A lo mejor ella también necesitaba distanciarse de alguien. La única
diferencia entre nosotras era que Maxon conocía mi secreto. ¡Yo quería que lo
dijera! Deseaba saber que no era la única que había acabado allí por un cúmulo
de ridículas circunstancias.
Sin embargo, las lágrimas de Marlee cesaron casi con la misma rapidez que
habían empezado. Se sorbió la nariz un par de veces y levantó la cabeza. Se alisó
su vestido, echó los hombros atrás y se giró hacia mí. Se esforzó en sonreír y por
fin habló:
—¿Sabes qué? Supongo que tienes razón —dijo, echando a andar—. Estoy
segura de que, si le doy tiempo, funcionará. Tengo que irme. Tiny me espera.
Marlee volvió al palacio casi a la carrera. ¿Qué bicho le había picado?
Al día siguiente, me evitó. Y el siguiente también. Decidí sentarme en la Sala
de las Mujeres a una distancia prudencial y saludarla cada vez que nos
cruzáramos. Quería que supiera que podía confiar en mí; no la obligaría a hablar.
Tardó cuatro días en dedicarme una sonrisa triste, ante la que me limité a
asentir. Daba la impresión de que eso era todo lo que tenía que decir de lo que le
rondaba por la cabeza.
El mismo día, mientras estaba en la Sala de las Mujeres, vinieron a decirme
que Maxon solicitaba mi presencia. Mentiría si no admitiera que estaba flotando
cuando salí de la sala y fui a echarme en sus brazos.
—¡Maxon! —suspiré, lanzándome hacia él.
Cuando me eché atrás, él se mostró vacilante y yo supe por qué. El día que
nos habíamos alejado de la recepción preparada para los rey es de Swendway y
habíamos entrado en palacio para hablar le había confesado lo que me costaba
gestionar mis sentimientos. Le pedí que no volviera a besarme hasta que
estuviera más segura. Me di cuenta de que aquello le dolía, pero había aceptado