Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Estaba segura de que me dolería. En el fondo de mi corazón estaba
convencida de que solo seguía aquí porque era tan bueno que se veía incapaz de
romper su promesa.
—America, creo que lo he dejado claro —dijo Maxon con calma. Suspiró y
me levantó la barbilla con la mano. Cuando por fin tuve sus ojos delante, confesó
—. Si esto fuera más sencillo, ya habría eliminado a todas las demás. Sé lo que
siento por ti. A lo mejor soy demasiado impulsivo al pensar que pueda estar tan
seguro, pero tengo la convicción de que contigo sería feliz.
Me ruboricé. Sentía que las lágrimas acudían a mis ojos, pero parpadeé para
combatirlas. La expresión de su rostro era tan adorable que no quería
perdérmela.
—Hay momentos en que siento que hemos derribado el último muro que se
había erigido entre tú y y o, y otros en los que pienso que solo quieres quedarte
por conveniencia. Si pudiera estar seguro de que tu única motivación es estar
conmigo…
Hizo una pausa y sacudió la cabeza, como si el final de la frase fuera algo
que no podía permitirse siquiera desear.
—¿Me equivoco al pensar que sigues sin tenerlo claro?
No quería hacerle daño, pero tenía que ser honesta.
—No.
—Entonces tengo que asegurar la apuesta. Puede que un día decidas
marcharte, y yo te lo permitiré. Pero tengo que encontrar esposa. Estoy
intentando tomar la mejor decisión posible dentro de las limitaciones que se me
han impuesto, pero, por favor, no dudes ni por un momento de que me importas.
Mucho.
No pude contener más las lágrimas. Pensé en Aspen y en lo que había hecho,
y me sentí avergonzada.
—¿Maxon? —dije, entre sollozos—. ¿Podrás…, podrás perdonarme…? —No
conseguí terminar mi confesión. Se acercó aún más y se puso a limpiarme las
lágrimas del rostro con sus fuertes dedos.
—¿Perdonarte el qué? ¿Nuestra estúpida discusión? Ya está olvidada. ¿Que tus
sentimientos no afloren al ritmo de los míos? Estoy dispuesto a esperar —
aseguró, encogiéndose de hombros—. No creo que haya nada que puedas
hacerme que no pueda perdonarte. ¿Tengo que recordarte el rodillazo que me
diste en la entrepierna?
No pude evitar reírme. Maxon soltó una risa breve y luego se puso serio de
pronto.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Esta vez han ido muy rápido —dijo, con un tono casi de admiración ante el
talento de los rebeldes.
De pronto me planteé lo cerca que había estado del desastre al intentar salvar