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La Seleccion - Kiera Cass

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hacíamos alguna pregunta directa, daba una respuesta breve y volvía a su sonrisa

comedida.

Marlee y y o nos llevábamos bien, y aquello me dio esperanzas de que al final

de la aventura al menos hubiera ganado una amiga. Aunque probablemente

hablamos más de media hora, el tiempo se nos pasó volando. No habríamos

dejado de hablar de no haber sido por el claro sonido de unos tacones altos

repiqueteando contra el suelo. Las tres nos giramos al mismo tiempo. Marlee

abrió la boca tan de golpe que oí el ruido de sus labios.

Una morena con gafas de sol se dirigía hacia nosotras. Llevaba una margarita

en el pelo, pero teñida de rojo para que hiciera juego con su pintalabios.

Contoneaba las caderas al andar, y sus tacones de siete centímetros acentuaban

su paso decidido. A diferencia de Marlee y de Ashley, no sonreía.

Pero no era porque no estuviera contenta. No, es que estaba concentrada.

Había estudiado su entrada para intimidarnos. Y funcionó con la educada Ashley,

que murmuró un « Oh, no» apenas audible.

La nueva chica, a la que reconocí como Celeste Newsome, de Clermont, una

Dos, no me preocupaba. Ella suponía que luchábamos por el mismo objetivo.

Pero no pueden quitarte algo si en realidad no lo quieres.

Cuando llegó a nuestra altura, Marlee la saludó alegremente, intentando

mostrarse amistosa, pese a aquella puesta en escena. Celeste se limitó a mirarla

brevemente y suspiró.

—¿Cuándo nos vamos? —preguntó.

—No lo sabemos —respondí, sin el más mínimo miedo—. Te has hecho

esperar un poco.

Aquello no le gustó nada, y me dio un repaso con la mirada. Lo que vio no le

impresionó nada.

—Lo siento, había bastante gente que quería despedirse de mí. No pude

evitarlo —dijo, mostrando una gran sonrisa, como si fuera evidente que todo el

mundo debía adorarla.

Y y o iba a verme rodeada de chicas como aquella. Genial.

Como si estuviera esperando su momento, por una puerta a nuestra izquierda

apareció un hombre.

—Me han dicho que las cuatro chicas seleccionadas están aquí. ¿Es cierto?

—Desde luego —respondió Celeste con una voz dulce.

El hombre se quedó algo azorado, se le veía en los ojos. Vaya. Así que aquel

era su juego.

El capitán hizo una breve pausa y luego reaccionó:

—Bueno, señoritas, si me quieren seguir, las llevaremos al avión y a su nuevo

hogar.

El vuelo, que en realidad no resultó tan terrible, salvo por el despegue y el

aterrizaje, duró unas horas. Nos ofrecieron películas y comida, pero lo único que

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