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habían dormido al llegar y a se habían despertado, y las que habíamos aguantado
despiertas todo aquel tiempo estábamos empezando a caer rendidas.
El ruido de arriba no acabó de pronto, pero fue y endo a menos según pasaban
las horas. Al final se hizo el silencio.
Se abrió la puerta y unos cuantos guardias salieron a investigar. Tardaron un
tiempo en repasar todo el palacio, y al final volvieron.
—Damas y caballeros —anunció uno de los guardias—, los rebeldes han sido
sometidos. Les rogamos que vuelvan todos a sus habitaciones por las escaleras
auxiliares. El edificio no presenta buen aspecto y hay muchos guardias heridos.
Es mejor que todos eviten las salas y salones principales hasta que podamos
limpiarlos. Las participantes en la Selección, por favor, vay an a sus habitaciones
y permanezcan en ellas hasta nuevo aviso. He hablado con los cocineros; se les
llevará comida dentro de menos de una hora. Necesitaré que todo el personal
médico se presente en el hospital de palacio.
Al momento todos nos pusimos en pie y nos dirigimos a la salida como si
nada. Algunos hasta parecían aburridos. Salvo por las caras de gente como Lucy,
daba la impresión de que todo el mundo le quitaba importancia al ataque, como si
fuera algo previsible.
Mi habitación había sido arrasada. El colchón estaba en el suelo, los vestidos
fuera del armario y las fotografías de mi familia rotas por el suelo. Busqué mi
frasco, que seguía intacto, con su céntimo dentro, oculto bajo la cama. Intenté no
llorar, pero se me escapaban las lágrimas. No era tanto el miedo. Lo que no
soportaba era que el enemigo hubiera puesto las manos en mis cosas y lo hubiera
estropeado todo.
Tardamos un buen rato en ponerlo todo en orden, pues estábamos agotadas.
No obstante, lo logramos. Anne incluso consiguió un poco de cinta adhesiva, con
la que pude volver a recomponer mis fotos. En el momento en que me dieron la
cinta adhesiva mandé a mis doncellas a la cama. Anne protestó, pero yo no
quería oír hablar del tema. Ahora que había descubierto mis dotes de mando, no
me asustaba en absoluto usarlas.
Una vez sola, me dejé llevar y lloré. Aunque y a no había motivo para el
miedo, seguía llevándolo dentro.
Saqué los vaqueros que Maxon me había regalado y la única blusa que había
traído de casa y me los puse. Así me sentía un poco más normal. Tenía el cabello
revuelto tras los acontecimientos de la noche, así que me lo recogí en un moño
informal sobre la cabeza, del que algunos mechones se escapaban y me caían
sobre la cara.
Vi los fragmentos de las fotografías sobre la cama, e intenté pensar cómo
combinaban. Era como tener las fichas de cuatro puzles mezcladas en la misma
caja. Solo había conseguido completar uno cuando llamaron a la puerta.
« Maxon —pensé—. Por favor, que sea Maxon» . Y abrí la puerta,