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La Seleccion - Kiera Cass

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habían dormido al llegar y a se habían despertado, y las que habíamos aguantado

despiertas todo aquel tiempo estábamos empezando a caer rendidas.

El ruido de arriba no acabó de pronto, pero fue y endo a menos según pasaban

las horas. Al final se hizo el silencio.

Se abrió la puerta y unos cuantos guardias salieron a investigar. Tardaron un

tiempo en repasar todo el palacio, y al final volvieron.

—Damas y caballeros —anunció uno de los guardias—, los rebeldes han sido

sometidos. Les rogamos que vuelvan todos a sus habitaciones por las escaleras

auxiliares. El edificio no presenta buen aspecto y hay muchos guardias heridos.

Es mejor que todos eviten las salas y salones principales hasta que podamos

limpiarlos. Las participantes en la Selección, por favor, vay an a sus habitaciones

y permanezcan en ellas hasta nuevo aviso. He hablado con los cocineros; se les

llevará comida dentro de menos de una hora. Necesitaré que todo el personal

médico se presente en el hospital de palacio.

Al momento todos nos pusimos en pie y nos dirigimos a la salida como si

nada. Algunos hasta parecían aburridos. Salvo por las caras de gente como Lucy,

daba la impresión de que todo el mundo le quitaba importancia al ataque, como si

fuera algo previsible.

Mi habitación había sido arrasada. El colchón estaba en el suelo, los vestidos

fuera del armario y las fotografías de mi familia rotas por el suelo. Busqué mi

frasco, que seguía intacto, con su céntimo dentro, oculto bajo la cama. Intenté no

llorar, pero se me escapaban las lágrimas. No era tanto el miedo. Lo que no

soportaba era que el enemigo hubiera puesto las manos en mis cosas y lo hubiera

estropeado todo.

Tardamos un buen rato en ponerlo todo en orden, pues estábamos agotadas.

No obstante, lo logramos. Anne incluso consiguió un poco de cinta adhesiva, con

la que pude volver a recomponer mis fotos. En el momento en que me dieron la

cinta adhesiva mandé a mis doncellas a la cama. Anne protestó, pero yo no

quería oír hablar del tema. Ahora que había descubierto mis dotes de mando, no

me asustaba en absoluto usarlas.

Una vez sola, me dejé llevar y lloré. Aunque y a no había motivo para el

miedo, seguía llevándolo dentro.

Saqué los vaqueros que Maxon me había regalado y la única blusa que había

traído de casa y me los puse. Así me sentía un poco más normal. Tenía el cabello

revuelto tras los acontecimientos de la noche, así que me lo recogí en un moño

informal sobre la cabeza, del que algunos mechones se escapaban y me caían

sobre la cara.

Vi los fragmentos de las fotografías sobre la cama, e intenté pensar cómo

combinaban. Era como tener las fichas de cuatro puzles mezcladas en la misma

caja. Solo había conseguido completar uno cuando llamaron a la puerta.

« Maxon —pensé—. Por favor, que sea Maxon» . Y abrí la puerta,

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