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coloradísima.
—Ah, da la impresión de que has tenido ocasión de conocer de verdad a
nuestro príncipe. Dime, ¿qué te parece « Maxon» ?
Había pensado varias respuestas mientras esperaba mi turno. Iba a gastar una
broma sobre su modo de reír o sobre el apodo cariñoso que querría que usara su
esposa con él.
Daba la impresión de que el único modo de salvar la situación era darle un
tono cómico. Pero cuando levanté la vista, dispuesta a hacer uno de mis
comentarios, vi el rostro de Maxon. Parecía interesado en conocer mi opinión.
Y no podía tomarle el pelo, ahora que tenía ocasión de decir lo que empezaba
a pensar de él, ahora que era mi amigo. No podía bromear sobre la persona que
me había salvado de tener que afrontar el may or desengaño de mi vida en casa,
que enviaba cajas de pasteles a mi familia, que corría a mi encuentro en cuanto
le llamaba para preguntarme si me había ofendido.
Un mes antes, en la pantalla de la tele, veía a una persona estirada, distante y
aburrida, alguien que no creía que nadie pudiera llegar a querer. Y aunque no se
parecía lo más mínimo a la persona a la que aún amaba, se merecía tener a
alguien que le quisiera.
—Maxon Schreave es la personificación de todo lo bueno. Será un rey
fenomenal. Deja que unas chicas que deberían ir todo el día con vestidos se
pongan vaqueros y no se enfada cuando alguien que no conoce le cuelga
etiquetas evidentemente erróneas —miré a Gavril, que sonrió. Y tras él, Maxon
parecía intrigado—. La que se case con él será una chica afortunada. Y sea lo
que sea lo que me depare el futuro, será para mí un honor ser súbdita suy a.
Vi que Maxon tragaba saliva, y bajé la mirada.
—America Singer, muchísimas gracias —dijo Gavril, que se acercó a darme
la mano—. A continuación tenemos a la señorita Tallulah Bell.
No me enteré de nada de lo que dijeron las chicas que pasaron después de
mí, aunque no aparté la mirada de los dos asientos. Aquella entrevista se había
vuelto mucho más personal de lo que y o pretendía. No podía mirar a Maxon a la
cara. Solo podía permanecer ahí, dándole vueltas una y otra vez a todo lo que
había dicho.
Hacia las diez llamaron a mi puerta. La abrí, y ahí estaba Maxon, que levantó la
mirada hacia el techo.
—Por la noche tendrías que tener una doncella en la habitación.
—¡Maxon! Lo siento muchísimo. No quería llamarte así delante de todo el
mundo. He sido una tonta.
—¿Crees que estoy enfadado contigo? —preguntó, mientras entraba y
cerraba la puerta—. America, me llamas por mi nombre tan a menudo que era
fácil que se te escapara. Sí, ojalá hubiera sido en un entorno algo más privado —