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Capítulo 14
Tal como me había imaginado, las chicas que habían solicitado irse a casa
cambiaron de opinión cuando las aguas volvieron a su cauce. Ninguna de
nosotras sabía exactamente quiénes habían sido las que lo habían pedido, pero
había algunas —Celeste en particular— que estaban decididas a descubrirlo. De
momento, seguíamos siendo veintisiete.
Según el rey, el ataque registró tan pocos daños que apenas merecía que se
hablara de él. No obstante, como aquella mañana estaban llegando a palacio
algunos equipos de televisión, parte del ataque se emitió en directo, y por lo visto
aquello no le gustó nada al monarca, lo que hizo que me preguntara cuántos
ataques habría recibido el palacio de los que nunca nos habíamos enterado. ¿Sería
un lugar menos seguro de lo que yo me pensaba?
Silvia nos explicó que, si el ataque hubiera sido mucho peor, nos habrían
dejado llamar a nuestras familias para decirles que estábamos bien. Pero tal
como habían ido las cosas nos dijeron que era mejor que les mandásemos una
carta.
Escribí para decirles que estaba bien y que, tal vez, el ataque había parecido
más grave de lo que realmente era. Y que el rey nos había protegido a todas. Les
pedí que no se preocuparan por mí, les conté que les echaba de menos y le di la
carta a una doncella.
El día posterior al ataque pasó sin incidentes. Pensaba ir a la Sala de las
Mujeres para hablar sobre Maxon con las demás, pero, después de ver a Lucy
tan agitada, decidí quedarme en mi habitación.
No sé en qué se ocupaban mis tres doncellas mientras y o estaba fuera, pero
el tiempo que pasé en la habitación se dedicaron a jugar a las cartas y a charlar,
introduciendo algún cotilleo en la conversación.
Me enteré de que por cada docena de personas que yo veía en palacio había
un centenar más: los cocineros y las lavanderas de las que y a tenía constancia,
pero también gente cuyo único trabajo era el de mantener limpias las ventanas.
La brigada de limpiacristales tardaba toda una semana en limpiarlas todas, y
para entonces el polvo y a se había colado por las paredes, pegándose a los
cristales de nuevo, por lo que tenían que volver a empezar. También había
joy eros que elaboraban piezas para la familia y regalos para los visitantes, y
equipos de modistas y de compradoras que mantenían elegantemente vestidos a
los miembros de la familia real, y ahora también a nosotras.
Asimismo, me enteré de otras cosas: de los guardias que ellas consideraban
más guapos y del horrible diseño del nuevo vestido que la jefa del servicio les
hacía llevar en las fiestas; de que había gente en palacio que hacía apuestas sobre