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La Seleccion - Kiera Cass

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Todas empezaron a mirar alrededor, intentando descubrir a la culpable, quizá

para hacer que también la expulsaran —me expulsaran—. Eché una mirada

nerviosa a Marlee, y ella reaccionó de inmediato.

—¿No diría algo sobre el país? ¿De política, o algo así?

Bariel chasqueó la lengua.

—Por favor… Tendría que ser muy aburrida la cita para que se pusieran a

hablar de política. ¿Es que alguna de vosotras ha hablado con Maxon sobre algo

que tenga que ver con el gobierno del país?

Nadie respondió.

—Claro que no —confirmó Bariel—. Maxon no busca a una colega de

trabajo; busca una esposa.

—¿No crees que lo estás infravalorando? —objetó Kriss—. ¿No crees que

quizá Maxon pueda querer a alguien con ideas y opiniones propias?

Celeste echó la cabeza atrás y se rio.

—Maxon puede gobernar el país solito perfectamente. Ha sido educado para

hacerlo. Además, tiene montones de personas a su alrededor para ay udarle a

tomar decisiones. ¿Para qué iba a querer que alguien más le dijera qué hacer?

Yo, en tu lugar, aprendería a mantener la boca cerrada. Al menos, hasta que te

cases con él.

Bariel unió filas con Celeste:

—Lo cual no ocurrirá.

—Exactamente —ratificó Celeste con una sonrisa—. ¿Por qué iba a fijarse

Maxon en una Tres paranoica cuando puede escoger a una Dos?

—¡Eh! —exclamó Tuesday —. A Maxon no le importan los números.

—Claro que sí —replicó Celeste, con un tono que bien podría haber usado con

una niña pequeña—. ¿Por qué te crees que todas las que estaban por debajo del

Cuatro han sido eliminadas?

—Yo sigo aquí —dije, levantando la mano—. Así que si te crees que sabes

cómo funciona esto, vas muy equivocada.

—¡Oh, es la chica que nunca sabe cuándo callarse! —Me rebatió Celeste,

fingiendo divertirse.

Apreté el puño, intentando decidir si valía la pena atizarle. ¿Sería parte de su

plan? Pero antes de que tuviera ocasión de moverme, la puerta se abrió de pronto

y apareció Silvia.

—¡Correo, señoritas! —anunció, y la tensión desapareció de la sala.

Todas nos quedamos inmóviles, deseosas de echar mano a las cartas que traía

consigo. Llevábamos en el palacio casi dos semanas, y, salvo por las noticias que

habíamos tenido de nuestras familias el segundo día, era nuestro primer contacto

real con nuestras casas.

—Veamos —dijo Silvia, echando un vistazo a los montones de cartas,

completamente ajena al conato de discusión que había tenido lugar apenas unos

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