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La Seleccion - Kiera Cass

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Suspiró—. No sé cómo lo hace. Es más fuerte de lo que se imagina la gente —

añadió, y dio un sorbo a su copa de vino.

—Sí que parece fuerte, pero también elegante.

A Adele se le iluminaron los ojos.

—Sí, pero es más que eso. Mírala ahora.

Observé a la reina. Vi que escrutaba el jardín con la vista. Seguí su mirada;

estaba observando a Maxon, que hablaba con la reina de Swendway, con Celeste

al lado, y con uno de sus primos colgado de su pierna.

—Maxon habría sido estupendo como hermano —dijo—. Amberly tuvo tres

abortos. Dos antes de él y uno después. Aún piensa en ello; de vez en cuando me

lo dice. Y y o tengo seis hijos. Me siento culpable cada vez que vengo.

—Estoy segura de que ella no se lo toma así. Apuesto a que está encantada

cada vez que la visita.

Ella se giró.

—¿Sabes lo que la hace feliz? Vosotras. ¿Sabes lo que ve en vosotras? Una

hija. Sabe que, cuando todo esto acabe, habrá ganado una hija.

Me giré de nuevo y miré a la reina otra vez.

—¿Usted cree? Parece un poco distante. Yo ni siquiera he hablado con ella.

Adele asintió.

—Tú espera. Le aterra cogeros cariño y luego tener que ver como os vais. Ya

lo verás cuando el grupo sea más pequeño.

Volví a mirar a la reina. Y luego a Maxon. Y luego al rey. Y de nuevo a

Adele.

Me pasaban un montón de cosas por la cabeza: que las familias son familias,

independientemente de la casta; que las madres tienen siempre sus propias

preocupaciones; que en realidad no odiaba a ninguna de las chicas, por muy

equivocadas que estuvieran; que todo el mundo debía de estar poniendo al mal

tiempo buena cara, por un motivo u otro; y, por último, que Maxon me había

hecho una promesa.

—Discúlpeme. Tengo que hablar con alguien.

Ella dio otro sorbito al vino y se despidió con un gesto de la mano. Salí

corriendo de allí y volví a la luz cegadora de los jardines. Busqué un momento,

hasta que vi al primo menor de Maxon corriendo tras él alrededor de los arbustos.

Sonreí y me acerqué despacio.

Por fin Maxon se detuvo, levantando las manos, admitiendo su derrota. Aún

entre risas, se giró y me vio. Siguió sonriendo, pero cuando nuestras miradas se

cruzaron la sonrisa se borró.

Me miró a la cara, intentando averiguar de qué humor estaba.

Me mordí el labio y bajé la vista. Estaba claro que, si me importaba mi futuro

como participante en la Selección, debía ser capaz de procesar muchas

sensaciones nuevas. Por mal que me sentaran algunas cosas, tenía que intentar

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