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La Seleccion - Kiera Cass

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charlaban. Esta última parecía estar tranquila, aunque yo sabía que no era cierto.

Aun así, en comparación con otras, ocultaba sus emociones muy bien. Algunas

chicas estaban al borde de la histeria, de rodillas y lloriqueando. Otras se habían

bloqueado, evadiéndose de aquella pesadilla, y se retorcían las manos con aire

ausente, esperando a que acabara.

Marlee estaba llorando un poco, pero no daba la impresión de estar deshecha.

La agarré del brazo e hice que se irguiera.

—Sécate los ojos y levanta la cabeza —le grité al oído.

—¿Qué?

—Confía en mí, hazlo.

Marlee se secó la cara con el borde del vestido e irguió un poco el cuerpo. Se

tocó la cara en varios sitios, comprobando que no se le hubiera corrido el

maquillaje, supuse. Luego se giró y me miró en busca de mi aprobación.

—Buen trabajo. Perdona que me ponga tan mandona, pero confía en mí esta

vez, ¿vale? —No me gustaba tener que darle órdenes en medio de aquella

situación angustiosa, pero debía mantener el aspecto sereno de la reina Amberly.

Sin duda, Maxon apreciaría aquello en una reina, y Marlee tenía que ganar.

Ella asintió.

—No, tienes razón. Quiero decir que de momento todo el mundo está a salvo.

No debería estar tan preocupada.

Asentí, aunque sin duda estaba equivocada. « Todo el mundo» no estaba a

salvo.

Los guardias montaron guardia junto a las enormes puertas mientras los

rebeldes seguían tirando cosas contra la fachada y las ventanas. Allí no había

reloj. Yo no tenía ni idea de cuánto tiempo iba a durar el ataque, y aquello no

hacía más que aumentar mi ansiedad. ¿Cómo sabríamos si entraban? ¿No nos

enteraríamos hasta que empezaran a golpear las puertas? ¿Estarían ya dentro, y

no lo sabíamos?

No podía soportar los nervios. Me quedé mirando un jarrón con flores de

diverso tipo —cuy os nombres no conocía, por supuesto— y me mordí una de mis

uñas de manicura perfecta, concentrándome en aquellas flores como si fueran lo

único importante en el mundo.

Al final Maxon vino a interesarse por mí, igual que había hecho con las

demás. Se puso a mi lado y también se quedó mirando las flores. Ninguno de los

dos sabía bien qué decir.

—¿Estás bien? —preguntó por fin.

—Sí —susurré.

—Pareces alterada —insistió él, tras una breve pausa.

—¿Qué les ocurrirá a mis doncellas? —dije, poniendo en palabras mi may or

preocupación. Yo sabía que estaba a salvo, pero ¿dónde estarían ellas? ¿Y si la

incursión de los rebeldes había pillado a alguna de ellas por los pasillos?

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