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La Seleccion - Kiera Cass

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Estaba claro que quería mantener aquella conversación colgada del brazo del

príncipe. Le hizo un gesto, invitándole a que se uniera a ellas.

—¿Por qué no vas corriendo? —le pregunté, sin poder evitar un tono de

fastidio en la voz.

Maxon me miró. La expresión de su rostro me recordó que aquello era parte

del trato. Se suponía que tenía que compartirlo.

—Ten cuidado con esa —le hice una reverencia rápida y me alejé.

Me dirigí hacia el palacio. Por el camino me encontré a Marlee, que estaba

sentada. No me apetecía estar con nadie, ni siquiera con ella, pero observé que

estaba sola, en un banco junto a la fachada trasera del palacio, bajo un sol

implacable. Como única compañía tenía a un joven soldado montando guardia a

apenas unos metros.

—Marlee, ¿qué haces aquí? Ponte bajo una carpa antes de que se te queme la

piel.

—Estoy bien aquí —respondió, con una sonrisa educada.

—No, de verdad —insistí, pasándole una mano bajo el brazo—. Acabarás del

color de mi pelo. Deberías…

Marlee quitó la mano para que no la agarrara, pero habló con suavidad.

—Prefiero quedarme aquí, America. Lo prefiero.

Había una tensión en su rostro que intentaba enmascarar. Estaba segura de

que no estaba enfadada conmigo, pero le pasaba algo.

—Como quieras. Pero ponte a la sombra enseguida. Las quemaduras pueden

ser dolorosas —le advertí, intentando disimular mi frustración, y me dirigí hacia

el palacio.

Una vez dentro, decidí ir a la Sala de las Mujeres. No podía desaparecer

demasiado tiempo, y al menos aquella sala estaría vacía. Pero cuando entré me

encontré a Adele sentada cerca de la ventana viendo la escena que se

desarrollaba en el exterior. Al oírme entrar se giró y esbozó una sonrisa.

Me acerqué y me senté cerca.

—¿Escondiéndose?

—Algo así —repuso, sonriendo—. Quería conoceros a todas y ver a mi

hermana otra vez, pero odio cuando estas cosas se convierten en funciones

teatrales. Me ponen tensa.

—A mí tampoco me gusta. No me puedo imaginar haciendo cosas así toda la

vida.

—Supongo —repuso, resignada—. Tú eres la Cinco, ¿verdad?

No fue un insulto, sino que más bien me estaba preguntando si era de las

suyas.

—Sí, soy y o.

—Recordaba tu cara. Estuviste encantadora en el aeropuerto. Eso es lo típico

que habría hecho ella —dijo, señalando con un gesto de la cabeza hacia la reina.

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