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la chica que saldría seleccionada, y de que y o estaba entre las diez mejor
situadas; de que el bebé de una de las cocineras estaba tan enfermo que lo habían
desahuciado, lo que le hizo soltar alguna lágrima a Anne. Resultaba que la
cocinera en cuestión era muy amiga suy a, y que la pareja había estado
esperando aquel hijo mucho tiempo.
Mientras las escuchaba, participando en la conversación solo cuando se me
ocurría algo que valiera la pena decir, me alegré de haberme quedado con ellas:
no se me ocurría que abajo pudieran estar pasándoselo mejor. El ambiente en la
habitación era alegre y distendido.
Me lo había pasado tan bien que el día siguiente también me lo pasé allí. Esta
vez abrimos la puerta que daba al pasillo y la balconera, y el aire cálido entraba
y nos envolvía. Aquello parecía tener un efecto especialmente positivo sobre
Lucy, y me pregunté con qué frecuencia debía de salir al exterior.
Anne comentó lo inapropiado de aquella situación —y o, sentada con ellas,
jugando a las cartas y con las puertas abiertas—, pero se rindió casi de
inmediato. Ya se iba haciendo a la idea de que no podría convertirme en la dama
que todos esperaban que fuera.
Estábamos en plena partida de cartas cuando detecté una presencia por el
rabillo del ojo. Era Maxon, de pie, en el umbral de la puerta, que nos miraba con
gesto divertido. Cuando nuestros ojos se encontraron, vi clara en su rostro la
pregunta: ¿qué narices estaba haciendo? Yo me puse en pie, sonreí y me acerqué
a él.
—¡Oh, Dios mío! —murmuró Anne, cuando se dio cuenta de que el príncipe
estaba en la puerta. Inmediatamente tiró las cartas dentro del costurero y se puso
en pie. Mary y Lucy la siguieron.
—Señoritas —se presentó Maxon.
—Alteza —dijo Anne, con una reverencia—. Es un honor, señor.
—El honor es mío —respondió él, sonriendo.
Las doncellas se miraron unas a otras, halagadas. Todos nos quedamos en
silencio un momento, sin saber muy bien qué hacer. De pronto Mary reaccionó:
—Nosotras y a nos íbamos.
—¡Sí, eso! —añadió Lucy —. Íbamos…, esto… —soltó, y miró a Anne en
busca de ay uda.
—A acabar el vestido de Lady America para el viernes —apostilló Anne.
—Eso es —asintió Mary —. Solo quedan dos días.
Pasaron a nuestro lado y se dirigieron a la puerta, con unas sonrisas enormes
en el rostro.
—No querría entretenerlas —dijo Maxon, siguiéndolas con la mirada,
absolutamente fascinado con su reacción.
Una vez que estuvieron en el pasillo, hicieron una serie de reverencias mal
sincronizadas y se alejaron a paso ligero. En cuanto doblaron la esquina, las