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Para hacer las cosas más fáciles, se sentó en el banco, de modo que y o no
tuviera que torcer el cuello. Estaba demasiado contrariada como para
agradecérselo.
—Entiendo que quizá pueda parecerlo, que todo esto pueda parecer poco más
que un entretenimiento barato. Pero en el mundo en el que vivo estoy muy
limitado. No tengo ocasión de conocer a muchas mujeres. Las que conozco son
hijas de diplomáticos, y generalmente tenemos muy poco de lo que hablar. Y eso
si es que hablamos el mismo idioma.
A Maxon aquello le pareció divertido y soltó una risita. A mí no me hizo
gracia. Se aclaró la garganta.
—En esas circunstancias, no he tenido ocasión de enamorarme. ¿Tú sí?
—Sí —respondí con naturalidad. Y en cuanto la palabra salió de mis labios
deseé haberme mordido la lengua. Aquello era algo privado; no era asunto suyo.
—Entonces has tenido bastante suerte —dijo, con una punta de envidia.
Aquello sí que tenía gracia. Lo único que tenía y o que pudiera envidiar el
príncipe de Illéa era precisamente lo que quería olvidar.
—Mi madre y mi padre se casaron así y son bastante felices. Yo también
espero hallar la felicidad. Encontrar a una mujer que toda Illéa pueda querer,
alguien que pueda ser mi compañera y que me acompañe cuando reciba a los
líderes de otros países. Alguien que se haga amiga de mis amigos y que se
convierta en mi confidente. Estoy listo para encontrar a mi futura esposa.
Algo en su voz me sorprendió. No había ni rastro de sarcasmo. Lo que a mis
ojos parecía poco más que un concurso de la tele era para él su única ocasión de
encontrar la felicidad. No podría intentarlo con una segunda ronda de chicas.
Bueno, quizá sí pudiera, pero sería muy embarazoso. Estaba desesperado, y a la
vez esperanzado. Sentí que la rabia que me despertaba disminuía. Solo un poco.
—¿De verdad te parece que esto es una jaula? —En sus ojos se reflejaba la
preocupación.
—Sí —dije, y a más serena. Y enseguida añadí—: Alteza.
Él se rio.
—La verdad es que y o me he sentido enjaulado más de una vez. Pero tienes
que admitir que es una jaula muy bonita.
—Para ti. Llena tu bonita jaula con otros treinta y cuatro hombres, todos
luchando por lo mismo y verás lo bonita que es entonces.
Él levantó las cejas.
—¿De verdad ha habido peleas por mí? ¿No sabéis todas que soy y o el que
escoge? —dijo, riéndose.
—En realidad no es eso. Se disputan dos cosas. Unas luchan por ti; otras
luchan por la corona. Y todas creen saber qué decir y qué hacer para
desequilibrar la balanza.
—Ah, sí. El hombre o la corona. Me temo que hay gente que no distingue una