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La Seleccion - Kiera Cass

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que me enviara a casa, así que seguí:

—Si tiene la bondad de dejar que me quede, aunque sea un poco, podría

ofrecerle algo a cambio —dije.

Las cejas se le dispararon hacia arriba.

—¿A cambio?

Me mordí el labio.

—Si deja que me quede… —aquello iba a sonar muy tonto—. Bueno, a ver,

hay que ser realistas: usted es el príncipe. Está ocupado todo el día, gobernando el

país y todo eso. ¿Y se supone que va a encontrar tiempo suficiente para reducir la

búsqueda entre treinta y cinco…, bueno, entre treinta y cuatro chicas, a una sola?

Eso es mucho pedir, ¿no le parece?

Él asintió. Por su expresión estaba claro que le parecía una labor agotadora.

—¿No sería mucho mejor para usted si tuviera a alguien dentro? ¿A alguien

que le ay udara? Como… ¿una amiga?

—¿Una amiga?

—Sí. Déjeme quedarme y le ay udaré. Seré su amiga —dije, y aquello le

hizo sonreír—. No tiene que preocuparse por mí. Ya sabe que no estoy

enamorada de usted. Pero puede hablar conmigo en cualquier momento, e

intentaré ay udarle. Anoche dijo que le gustaría tener una confidente. Bueno,

hasta que encuentre una definitiva, yo podría ser esa persona. Si quiere.

Su expresión era afectuosa pero comedida.

—He hablado con casi todas las chicas de esta sala y no se me ocurre

ninguna que pudiera ser mejor como amiga. Estaré encantado de que te quedes.

El alivio que sentí era indescriptible.

—¿Tú crees —preguntó Maxon— que podría seguir llamándote « querida» ?

—Ni hablar —le susurré.

—Seguiré intentándolo. No tengo costumbre de rendirme —respondió, y le

creí. No me apetecía nada que siguiera por ahí, pero no había nada que hacer.

—¿Las ha llamado así a todas? —pregunté, indicando con un gesto de la

cabeza a las otras.

—Sí, y parece que les gusta.

—Ese es precisamente el motivo por el que no me gusta a mí —dije, y me

puse en pie.

Maxon también se levantó, con gesto divertido. Yo podría haber reaccionado

frunciendo el ceño, pero en realidad era gracioso. Hizo una reverencia, y o

también, y volví a mi sitio.

Tenía tanta hambre que me pareció una eternidad el tiempo que tardó en

llegar hasta la última fila. Pero por fin regresó a su sitio la última chica. A mí y a

se me hacía la boca agua pensando en mi primer desay uno en palacio.

Maxon se dirigió hacia el centro de la sala.

—A las que os he pedido que os quedéis, por favor, permaneced en vuestros

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