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La Seleccion - Kiera Cass

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para asegurarse de que estaba preparada para las visitas. Asentí.

Cuando Maxon entró en la habitación, me puse en pie de un salto.

—Señoritas —dijo, mirando a mis doncellas—. Nos volvemos a encontrar.

Ellas hicieron una reverencia y soltaron unas risitas nerviosas. Él les

respondió con un gesto y se giró hacia mí. Hasta aquel momento no fui

consciente de las ganas que tenía de verle. En un momento me puse en pie junto

a la mesa.

—Perdónenme, pero necesito hablar con Lady America. ¿Nos permiten un

momento?

Las chicas se deshicieron en nuevas reverencias y risitas, y Anne, con un

tono casi reverencial, le preguntó si podía traerle algo. Maxon dijo que no, y nos

dejaron solos. Él llevaba las manos en los bolsillos. Nos quedamos en silencio un

momento.

—Me temía que me pudieras echar —admití, por fin.

—¿Por qué? —preguntó él, extrañado.

—Porque discutimos. Porque todo lo que pasa entre nosotros es raro.

Porque…

« Porque, aunque tú sales con otras cinco mujeres, creo que te estoy

engañando» , pensé.

Maxon fue acercándose lentamente, como si estuviera eligiendo las palabras

a medida que se aproximaba. Cuando por fin llegó a mi altura, me cogió las

manos en las suy as y me lo explicó todo.

—En primer lugar, deja que me disculpe. No debía haberte gritado —parecía

sincero—. Es que algunos de los comités, y mi padre, me están presionando con

esto, y quiero ser y o el que tome la decisión. Me molestaba que de nuevo no se

tomara en serio mi opinión.

—¿Cómo?

—Bueno, ya has visto cuáles son mis opciones. Marlee es la favorita de la

opinión pública, y eso no puedo pasarlo por alto. Celeste es una joven muy

poderosa, y procede de una excelente familia con la que conviene estar a

buenas. Natalie y Kriss son encantadoras, ambas muy agradables, y cuentan con

el favor de algunos de mis familiares. La familia de Elise resulta que tiene

buenas relaciones en Nueva Asia. Y dado que estamos intentando poner fin a esta

maldita guerra, es algo que vale la pena tener en cuenta. No he parado de dar

vueltas a todos los aspectos de esta decisión.

No había ninguna explicación que justificara mi elección, y casi no me

atrevía a pedirla. Sabía que éramos amigos, y que y o no tenía ninguna influencia

política. Pero necesitaba oír aquellas palabras para poder decidir por mí misma.

No podía mirarle a los ojos.

—¿Y y o? ¿Por qué sigo aquí? —pregunté, con la voz apenas convertida en un

murmullo.

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