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La Seleccion - Kiera Cass

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engreído y superficial.

Gavril se sonrió al oír aquello. Miré más allá, hacia donde estaba Maxon, que

no podía contener la risa. Pero lo más embarazoso fue que el rey y la reina

también se reían. No me giré hacia las chicas, pero también oí alguna risita mal

contenida entre ellas. Bueno, quizá fuera mejor así, y por fin dejarían de verme

como una especie de amenaza. Al fin y al cabo, Maxon simplemente me

encontraba divertida.

—¿Y te perdonó? —preguntó Gavril, y a algo más serio.

—Curiosamente, sí —me encogí de hombros.

Gavril volvió a los temas que le interesaban:

—Bueno, dado que habéis recuperado la buena relación, ¿qué tipo de

actividades habéis hecho juntos?

—Solemos salir a pasear por el jardín. Sabe que me gusta estar al aire libre.

Y hablamos —dije. Sonaba patético, sobre todo después de lo que habían dicho

algunas de las otras chicas. Las salidas al cine, de caza o para montar a caballo

parecían impresionantes en comparación con mi historia.

Sin embargo, de pronto comprendí por qué tenía tanta prisa en salir con todas

las chicas la última semana. Las chicas debían tener algo que contar a Gavril, así

que Maxon se había encargado de que lo tuvieran. Aun así, me parecía raro que

no me lo hubiera dicho, aunque al menos todo aquello y a tenía una explicación.

—Suena muy relajante. ¿Dirías que el jardín es lo que más te gusta del

palacio?

—Quizá —sonreí—. Pero la comida es exquisita, así que…

Gavril volvió a reír.

—Eres la última Cinco que queda en competición, ¿verdad? ¿Crees que eso

limita tus posibilidades de llegar a ser la princesa?

—¡No! —respondí, sin pensármelo ni un momento.

—¡Vaya! ¡Desde luego tienes confianza! —Gavril parecía satisfecho de

haber obtenido una respuesta tan entusiasta—. ¿Así que crees que ganarás a todas

las demás? ¿Que llegarás al final?

—No, no —rectifiqué—. No es eso. No creo que sea mejor que ninguna de

las otras: todas son estupendas. Es solo que… no creo que Maxon hiciera eso, que

descartara a alguien solo por su casta.

Oí un murmullo de asombro generalizado. Repasé mentalmente lo que

acababa de decir. Tardé un minuto en descubrir mi error: le había llamado

Maxon. Llamarle así en conversaciones privadas con las chicas era una cosa,

pero decir en público su nombre sin la palabra « príncipe» delante quedaba

increíblemente informal. Y acababa de soltarlo en un programa de televisión en

directo.

Miré a Maxon para ver si estaba enfadado. Tenía una sonrisa tranquila en el

rostro. Así que no se había enfadado…, pero y o me sentía avergonzada. Me puse

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