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La Seleccion - Kiera Cass

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entrar.

—Lamentamos mucho apremiarla, señorita, pero su grupo llega tarde —dijo

una.

—Vaya, me temo que es culpa mía. Me puse a hablar un poco en el

aeropuerto.

—¿A hablar con la multitud? —preguntó la otra, sorprendida.

Intercambiaron una mirada que no entendí y a continuación procedieron a

anunciar las estancias por las que íbamos pasando.

El comedor estaba a la derecha, me dijeron; el Gran Salón, a la izquierda. A

través de las puertas de vidrio pude entrever unos enormes jardines. Me habría

gustado parar, pero, antes incluso de poder procesar dónde nos encontrábamos,

me empujaron a una enorme sala llena de gente muy ajetreada.

La multitud nos hizo espacio y vi una fila de espejos con gente que trabajaba

en el peinado de las chicas y les pintaba las uñas. Había unos colgadores llenos de

ropa, y se oían gritos como « ¡Ya he encontrado el tinte!» o « ¡Eso la hace

gorda!» .

—¡Ahí están! —exclamó una mujer acercándosenos. Estaba claro que era la

que mandaba—. Soy Silvia. Hemos hablado por teléfono —dijo, como

presentación, e inmediatamente pasó al trabajo—. Lo primero es lo primero:

necesitamos fotos del « antes» . Venid aquí —ordenó, indicándonos una silla en

una esquina, con un fondo artificial detrás—. No hagáis caso de las cámaras,

chicas. Vamos a hacer un programa especial sobre vuestra transformación, y a

que todas las chicas de Illéa querrán parecerse a vosotras cuando hayamos

acabado.

Efectivamente, había un montón de gente con cámaras paseándose por la

sala, haciendo primeros planos de los zapatos de las chicas y entrevistándolas.

Cuando acabaron con las fotos, Silvia empezó a lanzar órdenes.

—Llevaos a Lady Celeste a la estación cuatro, a Lady Ashley a la cinco…, y

parece que en la diez ya han acabado: llevad allí a Lady Marlee, y a Lady

America a la seis.

—Bueno, esto es lo que tenemos —dijo un hombre bajito y moreno, muy

expeditivo, haciéndome sentar en una silla con un seis en el dorso—. Tenemos

que hablar de tu imagen.

—¿Mi imagen?

¿Así que no se trataba de mí, tal cual? ¿No era eso lo que me había llevado

hasta allí?

—¿Qué aspecto queremos darte? Con esa mata pelirroja, podemos hacerte

toda una seductora, pero, si quieres un aire más tranquilo, también podemos

dártelo —afirmó, con total naturalidad.

—No voy a cambiar radicalmente para satisfacer a un tipo al que ni siquiera

conozco —dije. « Y que ni siquiera me gusta» , añadí solo para mí.

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