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podáis comer frente a la familia real debéis tener en cuenta unas mínimas
normas de etiqueta. Cuanto antes acabemos con esta clase, antes iréis a
desayunar, así que mirad todas aquí, por favor.
Empezó a explicar que se nos serviría por la derecha, qué copa era para qué
bebida y que nunca jamás debíamos coger una pastita con las manos. Había que
usar siempre las pinzas. Las manos debíamos tenerlas sobre el regazo siempre
que no las estuviéramos usando, con la servilleta debajo. No debíamos hablar, a
menos que se nos preguntara. Por supuesto, podíamos hablar en voz baja con
nuestros vecinos de mesa, pero siempre a un nivel adecuado para el palacio.
Cuando dijo aquella última frase se me quedó mirando.
Silvia siguió, con su tono elegante. Noté que mi estómago empezaba a perder
la paciencia. Aunque no fueran copiosas, estaba acostumbrada a mis tres
comidas diarias. Necesitaba comer. Ya estaba empezando a ponerme de mal
humor cuando oímos que llamaban a la puerta. Dos guardias se hicieron a un
lado y entró el príncipe Maxon.
—Buenos días, señoritas —saludó.
La reacción en la sala fue tangible. Unas enderezaron la espalda, otras se
echaron atrás el cabello, y alguna que otra se colocó bien el vestido. Yo no miré a
Maxon, sino a Ashley, que respiraba agitadamente. Se lo quedó mirando de un
modo que me hizo sentir incómoda solo de verlo.
—Alteza —saludó Silvia, con una reverencia.
—Hola, Silvia. Si no te importa, me gustaría presentarme ante estas jóvenes.
—Por supuesto —dijo ella, con una nueva reverencia.
El príncipe Maxon paseó la mirada por la sala y me localizó. Nuestros ojos se
cruzaron un momento y sonrió. Aquello no me lo esperaba. Pensaba que habría
cambiado de opinión sobre el trato que iba a dispensarme tras la noche pasada y
que me llamaría al orden delante de todas. Pero quizá no estuviera enfadado. Tal
vez le hubiera parecido divertido. Debía de aburrirse tremendamente en aquel
lugar. Cualquiera que fuera el motivo, aquella breve sonrisa me hizo pensar que a
fin de cuentas tal vez aquello no resultara ser una experiencia tan terrible. Tomé
la decisión que no pude tomar la noche anterior y confié en que el príncipe
Maxon quisiera aceptar mis disculpas.
—Señoritas, si no les importa, las iré llamando una por una para hablar con
ustedes. Estoy seguro de que todas están deseosas de desay unar, como yo, así
que no les quitaré demasiado tiempo. Les ruego que me disculpen si me cuesta
aprender los nombres; son ustedes bastantes.
Se oyeron unas risitas apagadas. Rápidamente se dirigió a la chica del
extremo derecho de la primera fila y se la llevó a los sofás. Hablaron unos
minutos y luego ambos se levantaron. Él le hizo una reverencia, y ella hizo lo
propio. Se dirigió a la mesa, habló con su compañera y se repitió el proceso. Las
conversaciones solo duraron unos minutos y se desarrollaron en voz baja.