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sobreponerse y hablar.
—¿Quiere que nos vay amos, señorita?
Me lo planteé. No quería que fuera demasiado evidente, pero estaba
deseando disfrutar de cierta intimidad.
—Solo un momento. Estoy segura de que el soldado Leger no me necesitará
mucho tiempo —decidí, y ellas salieron de la habitación rápidamente.
En cuanto desaparecieron por la puerta, Aspen habló:
—Me temo que te equivocas. Voy a necesitarte mucho tiempo —dijo, y me
guiñó el ojo.
Meneé la cabeza.
—Aún no puedo creerme que estés aquí.
Aspen no perdió un momento: se quitó el sombrero y se sentó al borde de mi
cama, acercando las manos, de modo que nuestros dedos se tocaran apenas.
—Nunca pensé que tuviera que dar gracias al Ejército, pero, si al menos me
da la oportunidad de pedirte disculpas, le estaré agradecido para siempre.
Guardé silencio. No podía decir nada. Aspen me miró a los ojos.
—Por favor, perdóname, Mer. Fui un tonto, y he lamentado aquella noche en
la casa del árbol desde el momento en que bajé por la escalera. Fui un cabezota
al no querer decir nada, y luego salió tu nombre en la Selección… No sabía qué
hacer —se paró un momento. Parecía que tenía lágrimas en los ojos. ¿Podía ser
que Aspen hubiera llorado por mí como yo había llorado por él?—. Aún te
quiero. Muchísimo.
Me mordí el labio, conteniendo las lágrimas. Tenía que estar segura de una
cosa antes de poder plantearme aquello siquiera.
—¿Qué hay de Brenna?
Su expresión cambió por completo de pronto.
—¿Qué?
Cogí aire, casi temblando.
—Os vi a los dos juntos en la plaza cuando me iba. ¿Has acabado con ella?
Aspen hizo una mueca, como intentando recordar, y luego se le escapó la
risa. Se tapó la boca con las manos y se dejó caer atrás, sobre la cama, y se
levantó al instante.
—¿Es eso lo que crees? Oh, Mer. Se cay ó. Tropezó y y o la cogí.
—¿Tropezó?
—Sí, la plaza estaba atestada de gente apretujada. Ella se me cay ó encima y
bromeó con lo patosa que era, algo que, y tú la sabes, es cierto —pensé en la vez
en que la había visto caerse de la acera sin motivo aparente—. En cuanto me la
quité de encima, salí corriendo hacia el escenario.
Recordé aquellos momentos. El intento desesperado de Aspen por acercarse
a mí. No estaba fingiendo. Sonreí.
—¿Y qué pensabas hacer exactamente cuando llegaras a mi altura?