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La Seleccion - Kiera Cass

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Capítulo 12

Las cámaras dieron una vuelta por el perímetro de la sala y luego dejaron que

disfrutáramos del desay uno en paz, tras tomar un último plano del príncipe.

Me sentía algo descolocada por aquellas repentinas eliminaciones, pero

Maxon no parecía demasiado afectado. Se comió su desayuno sin alterarse y,

mientras le miraba, caí en que debía comerme el mío antes de que se enfriara.

Al igual que la cena, era casi demasiado delicioso. El zumo de naranja era tan

puro que tuve que beberlo a sorbos cortos. Los huevos y el beicon eran una

maravilla, y las tortitas estaban hechas a la perfección, tan finas como las que yo

hacía en casa.

Oí numerosos suspiros por la mesa y supe que no era la única que estaba

disfrutando con la comida. Sin olvidar que tenía que usar las pinzas, cogí una

tartaleta de fresas de la cesta que había en el centro de la mesa. Al mismo

tiempo, eché un vistazo por la sala para ver cómo les iba a las otras Cinco. Fue

entonces cuando me di cuenta de que era la única Cinco que quedaba.

No sabría decir si Maxon era consciente de aquello —daba la impresión de

que lo único que sabía era nuestros nombres—, pero me pareció extraño que

ambas se hubieran ido. Si hubiera sido una simple extraña al entrar en aquella

sala, ¿también me habría echado a mí? Reflexioné sobre aquello mientras le daba

un mordisco a la tartaleta de fresas. Era tan dulce y la masa era tan suave que

hasta la última de mis papilas gustativas se activó, imponiéndose de inmediato al

resto de mis sentidos. Se me escapó un gemidito involuntario, pero es que aquello

era, con mucho, lo mejor que había probado nunca. Le di un segundo bocado

antes incluso de haber tragado el primero.

—¿Lady America? —dijo una voz.

Las cabezas de las otras chicas se giraron al oír la voz, que pertenecía al

príncipe Maxon. Me quedé de piedra al ver que se dirigía a mí —o a cualquiera

de nosotras— con aquella naturalidad y delante de las demás.

Peor aún que la sorpresa era el tener la boca llena de comida. Me la tapé con

la mano y mastiqué todo lo rápido que pude. No pudieron ser más que unos

segundos, pero, con tantos ojos puestos sobre mí, me pareció una eternidad. Noté

el gesto de suficiencia en la cara de Celeste mientras intentaba tragar. Debía de

parecerle una presa fácil.

—¿Sí, alteza? —respondí, en cuanto hube tragado la may or parte del bocado.

—¿Está disfrutando de la comida? —Maxon parecía estar a punto de echarse

a reír, fuera por mi expresión de sorpresa, fuera al recordar algún detalle de

nuestra primera conversación clandestina.

Intenté mantener la calma.

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