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La Seleccion - Kiera Cass

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esta —Silvia se había dejado llevar por la emoción, de modo que, cuando

Tuesday levantó la mano, tardó un momento en darse cuenta.

—Humm… ¿Por qué no nos dan todo esto en un libro, para que podamos

estudiarlo? —dijo, dejando entrever un leve rastro de irritación.

Silvia sacudió la cabeza.

—Queridas niñas, la historia no es algo que debáis estudiar. Es algo que

simplemente deberíais saber.

—Y que, evidentemente, no sabemos —me susurró Marlee, girándose hacia

mí. Se sonrió ante su propia broma y luego volvió a prestar atención a Silvia.

Me quedé pensando en aquello, en que todas sabíamos cosas diferentes, o que

teníamos que hacer cábalas sobre la verdad. ¿Por qué no nos daban libros de

historia?

Recordé una vez, años atrás, cuando entré en la habitación de mis padres,

porque mamá me había dicho que podía elegir lo que quería leer para mi clase

de lengua. Mientras contemplaba mis opciones, descubrí un libro grueso y raído

en un rincón y lo cogí. Trataba sobre la historia de Estados Unidos. Papá entró

unos minutos más tarde, vio lo que estaba ley endo y me dijo que le parecía bien,

siempre que no se lo contara a nadie.

Cuando él me pedía que mantuviera un secreto, yo lo hacía sin preguntar, y

me encantó curiosear por todas aquellas páginas. Bueno, las que aún estaban

legibles. Muchas estaban arrancadas, y parecía como si hubieran quemado el

lomo del libro, pero fue allí donde vi una imagen de la antigua Casa Blanca y me

enteré de cómo solían ser las vacaciones.

Nunca pensé en cuestionar la verdad oficial sobres las cosas hasta que me las

encontré de frente. ¿Por qué permitía el rey que no paráramos de elucubrar?

Las luces se apagaron de nuevo, dejando a la vista a Maxon y a Natalie, que

lucían una gran sonrisa.

—Natalie, baja un poquito la barbilla, por favor. Así —el fotógrafo tomó otra

instantánea, con lo que llenó la sala de luz—. Creo que ya basta. ¿Quién va ahora?

Apareció Celeste por un lado, con un grupo de doncellas revoloteando a su

alrededor, y el fotógrafo volvió al ataque. Natalie, que aún estaba junto a Maxon,

dijo algo y echó el pie atrás en un gesto pícaro. Él respondió en voz baja, y ella

se alejó conteniendo una risita.

El día anterior, tras la clase de historia, ya nos habían dicho que aquella sesión

fotográfica no era más que para entretener al público, pero no podía evitar

pensar que tendría cierta importancia. Alguien había escrito un editorial en una

revista sobre el aspecto que debía tener una princesa. No había leído el artículo

personalmente, pero Emmica y algunas otras sí. Según decía, hablaba de que

Maxon necesitaba a una chica que tuviera un aspecto regio y que diera bien con

él cuando los fotografiaran juntos, alguien que quedara bien en un sello.

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