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La Seleccion - Kiera Cass

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Capítulo 10

Me pasé la cena con la cabeza gacha. En la Sala de las Mujeres había podido

mostrarme valiente porque tenía a Marlee al lado, y a ella le caía bien. Pero allí,

rodeada de personas cuyo odio podía sentir casi físicamente, me acobardé. Solo

levanté la vista del plato una vez; entonces me encontré con Kriss Ambers, que le

daba vueltas al tenedor con gesto amenazador. Y Ashley, siempre tan elegante,

no dejó de hacer morritos, sin dirigirme la palabra. De lo único que tenía ganas

era de huir a mi habitación.

No entendía por qué era todo tan importante. Vale, parecía ser que le gustaba

a la gente. ¿Y qué? Allí dentro aquello no tenía ninguna importancia; sus gestos de

cariño no valían para nada.

Después de todo, no sabía si sentirme honrada o molesta.

Centré mis energías en la comida. La última vez que había comido filete

había sido unas Navidades, años atrás. Sabía que mamá se había esmerado todo

lo posible, pero no tenía nada que ver con aquel, tan jugoso, tan tierno, tan

sabroso. Me daban ganas de preguntarle a alguien si no era el mejor filete que

había probado nunca. Si Marlee hubiera estado allí cerca, lo habría hecho. La

busqué con la mirada. Estaba charlando tranquilamente con las chicas que tenía

alrededor.

¿Cómo lo conseguía? ¿Acaso no había salido en la misma grabación que decía

que era una de las favoritas? ¿Cómo lo hacía para que la gente le hablara?

El postre fue un surtido de frutas con helado de vainilla. Era como si estuviera

descubriendo el placer de comer. Si aquello era comida, ¿qué era lo que me

había estado metiendo en la boca hasta entonces? Pensé en May y en lo golosa

que era. Aquello le habría encantado. Estaba segura de que ella habría triunfado.

No podíamos abandonar la mesa hasta que todas hubieran acabado, y luego

teníamos órdenes estrictas de irnos directamente a la cama.

—Al fin y al cabo, por la mañana conoceréis al príncipe Maxon, y todas

querréis dar vuestra mejor imagen —recordó Silvia—. De hecho, es el futuro

marido de una de vosotras.

Unas cuantas chicas suspiraron ante la idea.

El repiqueteo de los zapatos al subir las escaleras esta vez fue menos sonoro.

No veía el momento de quitarme los míos. Y aquel vestido. Tenía una muda mía

de verdad en la mochila y no sabía si ponérmela, aunque solo fuera por sentirme

y o misma por un momento.

Tras subir las escaleras, mientras las chicas se dirigían a sus habitaciones,

Marlee me cogió del brazo.

—¿Estás bien?

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