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La Seleccion - Kiera Cass

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Samantha acababa de decir que se lo estaba pasando estupendamente, y

entonces Gavril me llamó a mí. Mientras me ponía en pie, las otras chicas

aplaudieron, al igual que se había hecho con las demás. Miré a Marlee y le

sonreí, nerviosa. Al acercarme me concentré en mis pies, pero cuando llegué a

la silla no me resultó difícil mirar por encima del hombro de Gavril hacia donde

estaba Maxon. Él me lanzó un breve guiño mientras yo cogía el micrófono. Al

momento me sentí más tranquila. No tenía que ganarme a nadie.

Le di la mano a Gavril y me senté frente a él. Así, de cerca, pude ver por fin

la insignia que llevaba en la solapa. Por la tele se perdía el detalle, obviamente,

pero ahora me daba cuenta de que no eran un simple signo de forte, sino que

tenía una pequeña X grabada en el centro, lo que casi convertía el signo en una

estrella. Era bonito.

—America Singer. Es un nombre interesante. ¿Esconde alguna historia? —

preguntó Gavril.

Suspiré, aliviada. Esta era fácil.

—De hecho, sí. Al parecer, cuando aún estaba en el vientre de mi madre

daba muchas patadas. Ella decía que llevaba dentro una luchadora, así que me

puso el nombre del país que tanto había luchado por mantener unido este

territorio. Resulta raro, pero hay que decir que tenía razón: desde entonces

siempre nos hemos peleado.

Gavril se rio.

—Ella también debe de ser una mujer de carácter fuerte.

—Sí que lo es. Todo lo tozuda que soy, lo he heredado de ella.

—¿Así que eres tozuda? Tienes carácter, ¿eh?

Vi que Maxon se tapaba la boca con las manos para ocultar la risa.

—A veces.

—Si tienes tanto carácter, ¿no serás la que le gritó a nuestro príncipe?

Suspiré.

—Sí, fui y o. Y ahora mismo mi madre está sufriendo un ataque al corazón.

Maxon se dirigió a Gavril:

—¡Haz que te cuente toda la historia!

Gavril miró atrás y adelante con un rápido movimiento del cuello.

—¡Oh! ¿Y cuál es la historia?

Intenté mirar a Maxon, pero la situación era tan tonta que no sirvió de nada.

—La primera noche tuve… un pequeño ataque de claustrofobia, y estaba

desesperada por salir al exterior. Los guardias no me dejaban salir. De hecho,

estaba a punto de desmayarme en los brazos de uno de ellos, pero el príncipe

pasaba por allí y les ordenó que me abrieran las puertas.

—¡Ah! —dijo Gavril, ladeando un poco la cabeza.

—Sí, y luego me siguió para asegurarse de que estaba bien… Pero me sentía

muy tensa, así que, cuando me habló, básicamente acabé acusándole de

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