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La Seleccion - Kiera Cass

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mármol con mis pies descalzos. Había más guardias por el camino, pero nadie

me detuvo…, hasta que encontré lo que buscaba.

Al igual que antes, había dos hombres montando guardia a los lados de las

puertas, y, cuando intenté correr hacia ellos, uno se interpuso en mi camino,

bloqueándome el paso hacia la salida con su vara a modo de lanza.

—Perdone, señorita, pero tiene que volver a su habitación —dijo, con

autoridad. Aunque no hablaba alto, daba la impresión de que su voz retumbaba en

el silencio del elegante vestíbulo.

—No…, no. Necesito… salir —se me trababa la lengua; me costaba respirar.

—Señorita, debe volver a su habitación ahora mismo.

Se acercó el segundo guardia, con paso decidido.

—Por favor —pedí, jadeando. Tenía la sensación de que me iba a desmay ar.

—Lo siento… Lady America, ¿verdad? —respondió, observando mi broche

—. Tiene que volver a su habitación.

—Yo… no puedo respirar —balbucí, cay endo entre los brazos del guardia,

que se me echaba encima para apartarme. Su bastón cay ó el suelo. Me agarré a

él casi sin fuerzas, mareada del esfuerzo.

—¡Soltadla!

Aquella era una voz nueva, joven pero autoritaria. Me giré, o más bien se me

cayó la cabeza hacia un lado, y lo vi. Ahí estaba el príncipe Maxon. Tenía un

aspecto algo raro, visto desde aquel ángulo en que me colgaba la cabeza, pero

reconocí su pelo y la rigidez de su postura.

—Se ha desplomado, alteza. Quería salir —se excusó el primer guardia,

azorado. Se metería en graves problemas si me hacía algún daño. Ahora y o era

propiedad de Illéa.

—Abrid las puertas.

—Pero…, alteza…

—Abrid las puertas y dejadla salir. ¡Ya!

—Enseguida, alteza —el primer guardia se puso manos a la obra, sacando

una llave.

Con la cabeza aún en aquella extraña postura, oí el ruido de las llaves

entrechocando y luego una que se introducía en la cerradura. El príncipe me

observó con preocupación mientras intentaba mantenerme en pie. Y luego me

llegó el dulce olor del aire fresco, que me dio toda la energía que necesitaba. Me

liberé de los brazos del guardia y corrí al jardín como si estuviera ebria.

Me tambaleaba un poco, pero no me importaba si mi aspecto no era de lo

más elegante.

Necesitaba respirar el aire libre. Noté su calidez sobre la piel, la hierba bajo

los pies. De algún modo, incluso las cosas de la naturaleza parecían más lujosas

en aquel lugar. Quería llegar hasta los árboles, pero las piernas no me llevaron tan

lejos. Me vine abajo frente a un banquito de piedra y me quedé allí sentada, con

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