You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
pudiéramos protegernos las unas a las otras de lo que se nos venía encima.
El ruido siguió durante horas. El único que se movía en nuestro refugio era
Maxon, que iba de un sitio a otro para ver cómo estaban las chicas. Cuando llegó
a nuestro rincón, solo Lucy y y o estábamos despiertas, y de vez en cuando
intercambiábamos unas palabras entre susurros. Se acercó y sonrió al ver el
montón de personas apiladas sobre mí. No se le veía en la cara ni rastro de
enfado por nuestra discusión, aunque y o seguía teniendo ganas de aclarar las
cosas. Se limitó a sonreír, contento de ver que estaba bien. Me sentí culpable…
¿En qué lío me había metido?
—¿Estás bien? —preguntó.
Asentí. Miró a Lucy y se inclinó por delante de mí para hablarle. Aspiré y
sentí el olor de Maxon. No olía a nada que pudiera embotellarse en un frasquito.
No era canela, ni vainilla ni —enseguida me vino a la cabeza— jabón casero.
Maxon tenía su propio olor, una mezcla de sustancias que emanaban de él
mismo.
—¿Y tú? —le preguntó a Lucy.
Ella también asintió.
—¿Estás sorprendida de encontrarte aquí abajo? —le preguntó de nuevo,
sonriendo.
—No, alteza. Con ella no —respondió la chica, señalándome con un gesto de
la cabeza.
Maxon se giró hacia mí. Tenía su rostro increíblemente cerca. Me sentí
incómoda. Había demasiadas personas a mi alrededor; no podía moverme. Y
demasiadas personas que podían vernos, Aspen incluido. Pero el momento pasó
enseguida, y volvió a girarse hacia Lucy.
—Te entiendo perfectamente —le dijo, y sonrió de nuevo. Parecía como si
fuera a decir algo más, pero se lo pensó mejor e hizo ademán de ponerse en pie.
Le agarré del brazo y le susurré:
—¿Norte o sur?
—¿Te acuerdas de la sesión fotográfica? —preguntó, muy bajito.
Sobrecogida, asentí. Aquel grupo se abría paso hacia el noroeste, quemando
cosechas y matando a la gente por el camino. « Interceptadlos» , había dicho.
Aquellos rebeldes, aquellos asesinos, habían estado acercándose lentamente a
nosotros todo aquel tiempo, y no habían podido detenerlos. Eran asesinos. Eran
sureños.
—No se lo digas a nadie —dijo, y se fue a donde estaba Fiona, que lloraba
tapándose la cara con las manos.
Me esforcé en respirar poco a poco, intentando imaginar cómo podía huir si
llegaban hasta allí, pero me estaba engañando. Si los rebeldes conseguían llegar
hasta allí abajo, todo se habría acabado. No había nada que hacer, solo esperar.
Las horas fueron pasando. No tenía ni idea de qué hora era, pero las que se