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—Es excelente, alteza. Esta tartaleta de fresas…, bueno, tengo una hermana
aún más golosa que yo. Creo que lloraría de emoción si la pudiera probar. Es
perfecta.
Maxon tragó un bocado de su desay uno y se recostó en la silla.
—¿De verdad cree que lloraría? —dijo, aparentemente divertido ante la idea.
Parecía que lo del llanto y las mujeres le provocaba extrañas reacciones.
Me lo quedé pensando.
—Pues sí, creo que sí. Lo cierto es que no es muy moderada con las
emociones.
—¿Apostaría por ello? —respondió al instante.
Observé que las cabezas de las otras chicas iban de un lado al otro,
mirándonos, como si estuvieran en un partido de tenis.
—Si tuviera dinero sí, desde luego —sonreí ante la idea de apostar por las
lágrimas de alegría de alguien.
—¿Qué estaría dispuesta a apostar en lugar de dinero, entonces? Diría que se
le da muy bien hacer tratos —estaba claro que estaba disfrutando con aquel
jueguecito. Muy bien. Pues a jugar.
—Bueno, ¿qué quiere usted? —Le planteé, preguntándome qué podría
ofrecerle a alguien que lo tenía todo.
—¿Y usted? ¿Qué quiere usted? —contraatacó.
Aquello sí que era una pregunta fascinante, casi tan interesante como pensar
en lo que podría ofrecerle y o a Maxon era reflexionar acerca de lo que él podía
ofrecerme a mí. Tenía el mundo a su disposición. Así pues, ¿qué quería y o?
Yo no era una Uno, pero vivía como si lo fuera. Disponía de más comida de
la que podía comer y la cama más cómoda que podía imaginarme. La gente me
servía constantemente, quisiera o no. Y si necesitaba algo, solo tenía que pedirlo.
Lo único que deseaba de verdad era algo que hiciera que aquel lugar se
pareciera menos a un palacio. Como que mi familia estuviera por allí, o no ir tan
emperifollada. No podía pedir que me viniera a visitar mi familia. Solo llevaba
allí un día.
—Si llora, quiero poder llevar pantalones toda una semana —propuse.
Todo el mundo se rio, pero de un modo tranquilo y educado. Parecía que
hasta el rey y la reina habían encontrado divertida mi petición. Me gustaba el
modo en que me miraba la reina, como si ya no fuera tanto una extraña para
ella.
—Hecho, pues —dijo Maxon—. Y si no llora, me deberá un paseo por los
jardines mañana por la tarde.
¿Un paseo por los jardines? ¿Y ya está? No me parecía nada especial.
Recordé lo que había dicho Maxon la noche anterior, que siempre tenía algún
guardia cerca. Quizá no supiera cómo pedir algo de tiempo para estar a solas con
alguien. A lo mejor aquel era su modo de gestionar algo que le resultaba muy