You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
esperanzada.
—Hola, querida.
Era Silvia. Tenía una mueca en la cara que supuse que quería ser de consuelo.
Se coló en mi habitación, se giró y vio lo que llevaba puesto.
—Oh, no me digas que tú también te vas —exclamó—. La verdad es que no
ha sido nada —añadió, intentando quitar importancia al incidente con un gesto de
la mano.
Yo no lo llamaría nada. ¿No se daba cuenta de que había estado llorando?
—No me voy —repuse, mientras me apartaba un mechón colocándomelo
tras la oreja—. ¿Se va alguna de las chicas?
—Sí —suspiró—. Tres, de momento. Y Maxon, pobrecillo, me ha dicho que
deje irse a quien lo desee. Ahora mismo ya están haciendo los preparativos. Es
gracioso. Es como si supiera que alguna iba a marcharse. Si estuviera en vuestro
lugar, me lo pensaría dos veces antes de irme por esta tontería.
Silvia se puso a caminar por mi habitación, fijándose en cómo estaba todo.
¿Tontería? Pero ¿qué le pasaba a esa mujer?
—¿Se han llevado algo? —preguntó, con naturalidad.
—No, señora. Lo han puesto todo patas arriba, pero no parece que falte nada.
—Muy bien —se me acercó y me entregó un minúsculo teléfono móvil—.
Esta es la línea más segura de palacio. Tienes que llamar a tu familia y decirles
que estás bien. No te entretengas mucho. Aún tengo que ir a ver a otras chicas.
Me maravillé al ver aquel minúsculo objeto. Lo cierto era que nunca había
tenido un teléfono móvil. Los había visto antes, en manos de Doses y de Treses,
pero nunca había pensado que llegaría a usar uno. Las manos me temblaban de
la emoción. ¡Iba a oír sus voces!
Marqué el número con impaciencia. Después de todo lo sucedido, aquello me
hizo sonreír. Mamá cogió el teléfono a los dos tonos.
—¿Diga?
—¿Mamá?
—¡America! ¿Eres tú? ¿Estás bien? Estábamos preocupadísimos. Nos llamó
un guardia diciéndonos que posiblemente no sabríamos de ti hasta dentro de unos
días, y enseguida supimos que esos malditos rebeldes habían entrado en el
palacio. ¡Hemos pasado tanto miedo! —Se echó a llorar.
—No llores, mamá. Estoy bien —dije, y miré a Silvia, que parecía aburrida.
—Espera.
Se oyó un pequeño revuelo.
—¿America? —En la voz de May se notaba que había llorado. Debía de
haber pasado un día terrible.
—¡May ! ¡Oh, May, te echo muchísimo de menos! —Sentí que las lágrimas
estaban a punto de salir.
—¡Pensaba que habrías muerto! America, te quiero. Prométeme que no te