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La Seleccion - Kiera Cass

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¿Cómo podía haber perdido tanto en tan poco tiempo? Tener que abandonar a

la familia, trasladarse a un lugar extraño, separarse de la persona a la que

amas… Todo aquello debía de sucederte poco a poco, a lo largo de años, no en un

solo día.

Me pregunté qué sería exactamente lo que quería decirme antes de irme. Lo

único que pude deducir era que sería algo que no le resultaba cómodo decir en

voz alta. ¿Sería sobre « ella» ?

Fijé la vista en el frasco.

¿Estaría intentando decirme que lo sentía? Le había soltado una enorme

reprimenda la noche anterior. Así que a lo mejor era aquello.

¿Que había pasado página? Bueno, eso ya lo había visto claro, gracias por la

información.

¿Que « no» había pasado página? ¿Que aún me quería?

Intenté pensar en otra cosa. No podía permitir que aquella esperanza

arraigara. Ahora mismo necesitaba odiarle. Aquella rabia me ayudaría a seguir

adelante. El principal motivo por el que estaba allí era para alejarme de él todo lo

que pudiera y el máximo tiempo posible. Pero la esperanza resultaba dolorosa. Y

con la esperanza llegó la nostalgia, y el deseo de que May se colara en mi cama,

como a veces hacía. Y luego el miedo de que las otras chicas quisieran echarme,

que pudieran seguir intentando empequeñecerme. Y luego los nervios al

presentarme ante todo el país por televisión durante mi estancia en aquel lugar. Y

el pánico de que alguien intentara matarme simplemente para reivindicar una

posición política. Todo aquello me había caído encima demasiado de golpe como

para que mi y a aturdido cerebro lo pudiera procesar tras un día tan largo.

La visión se me nubló. Ni siquiera me di cuenta de que había empezado a

llorar. No podía respirar. Estaba temblando. Me puse en pie de un salto y salí al

balcón a la carrera. Estaba tan nerviosa que tardé un momento en abrir el seguro,

pero por fin lo conseguí. Pensé que el aire fresco me haría sentir mejor, pero no

fue así. Aún respiraba entrecortadamente y tenía frío.

Aquello no tenía nada de libertad. Los barrotes de mi balcón me hacían sentir

enjaulada. Y aún veía los muros que rodeaban el palacio, con vigilantes en los

puestos de guardia. Necesitaba salir del palacio, y nadie iba a ay udarme a

conseguirlo. La desesperación me hizo sentir aún más débil. Miré hacia el

bosque. Estaba segura de que desde allí solo se vería vegetación.

Me giré y eché a correr. Me sentía un poco insegura, con los ojos llenos de

lágrimas, pero conseguí abrir la puerta. Corrí por el pasillo que conocía, sin

fijarme en los elaborados tapices ni en los ribetes dorados. Apenas vi a los

guardias. No sabía orientarme por el castillo, pero sabía que, si bajaba las

escaleras y tomaba la dirección correcta, encontraría las enormes puertas de

vidrio que daban al jardín. Necesitaba abrir aquellas puertas.

Bajé corriendo la majestuosa escalera, apenas haciendo ruido al pisar el

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