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Capítulo 24
A las pocas horas, Amy, Fiona y Tallulah y a se habían ido. No estaba segura de si
tanta rapidez se debía a la eficiencia de Silvia o a la impaciencia de las chicas.
Quedábamos diecinueve. De pronto me dio la impresión de que aquello iba muy
rápido. Aun así, nunca me habría imaginado que iba a ir aún más rápido.
El lunes después de los ataques volvimos a nuestras rutinas. El desayuno fue
delicioso, y me preguntaba si llegaría un día en que aquellas comidas tan
espectaculares ya no me dijeran nada.
—Kriss, ¿no es divino todo esto? —pregunté, mientras mordía un trozo de una
fruta en forma de estrella.
Antes de mi llegada a palacio no la había visto nunca. Kriss tenía la boca
llena, pero asintió. Aquella mañana sentía una cálida sensación de fraternidad.
Ahora que habíamos sobrevivido a un intenso ataque rebelde, era como si
aquellos frágiles vínculos se hubieran consolidado y convertido en algo
inquebrantable. Emily, al otro lado de Kriss, me estaba pasando la miel. A mi otro
lado, Tiny me preguntaba con ojos de admiración dónde había conseguido mi
collar del ruiseñor. El ambiente era el de las cenas de mi familia unos años atrás,
antes de que Kota se convirtiera en un idiota y de que Kenna nos dejara para
casarse. Todo era animado, informal y distendido.
De pronto supe, tal como había dicho Maxon que le había ocurrido a su
madre, que mantendría el contacto con aquellas chicas. Querría saber con quién
se casaba cada una y les enviaría felicitaciones de Navidad. Y dentro de veinte
años o más, si Maxon tenía un hijo, las llamaría para preguntarles por sus
candidatas preferidas de la nueva Selección. Y recordaríamos todo lo que
habíamos pasado juntas y sonreiríamos al pensar en ello como una aventura, no
como una competición.
Curiosamente, el único que parecía preocupado en toda la sala era Maxon.
No tocó la comida; paseaba la vista por las filas de chicas, concentrado en algo.
De vez en cuando, hacía una pausa y se debatía, pensativo. Luego seguía.
Cuando llegó a mi fila, me pilló mirándolo y esbozó una tímida sonrisa. Salvo
por el rápido intercambio de palabras de la noche anterior, no habíamos hablado
desde nuestra discusión, y había cosas que aclarar. Esta vez tenía que ser yo
quien iniciara la conversación. Con una expresión que dejaba claro que era una
petición, no una exigencia, me tiré de la oreja. Él mantuvo la expresión tensa en
la cara, pero también se tiró de la oreja.
Suspiré aliviada y la vista se me fue a las puertas del enorme comedor. Tal
como sospechaba, había otro par de ojos mirándome. Había visto a Aspen al
entrar, pero no había querido hacerle caso. Aunque supongo que es imposible no