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así, creo que debe de haber algo.
Aquello era un misterio. Si y o no tuviera un céntimo y supiera cómo entrar
en el palacio, supongo que me llevaría todas las joyas que pudiera, cualquier
cosa que lograra vender. Aquellos rebeldes debían de tener algo en la mente
cuando llegaban allí, más allá de la reivindicación política o su supervivencia.
—¿Te parece un razonamiento tonto? —preguntó Maxon, sacándome de mis
cábalas.
—No, tonto no. Perturbador, pero no tonto.
Intercambiamos una breve sonrisa. Me di cuenta de que si Maxon fuera
Maxon Schreave, sin más, y no Maxon, el futuro rey de Illéa, sería el tipo de
persona que me gustaría tener como vecino, alguien con quien poder hablar.
Se aclaró la garganta.
—Supongo que tendré que completar mi ronda.
—Sí, imagino que habrá unas cuantas señoritas preguntándose por qué te
demoras tanto.
—Bueno, « amiga» , ¿alguna sugerencia de con quién debería hablar ahora?
Sonreí y miré hacia atrás, para asegurarme de que mi candidata a princesa
seguía manteniendo el tipo. Así era.
—¿Ves a la chica rubia de allí, vestida de rosa? Es Marlee. Es un encanto,
muy amable; le encanta el cine. Anda, ve.
Maxon soltó una risita y se fue hacia ella.
El tiempo que pasamos en el comedor nos pareció una eternidad, pero el ataque
solo había durado poco más de una hora. Más tarde descubrimos que no habían
penetrado en el palacio; solo en el recinto. Los guardias no habían disparado a los
rebeldes hasta que estos habían intentado dirigirse a la puerta principal, lo que
explicaba lo de los ladrillos —que habían arrancado de la muralla exterior— y la
fruta podrida que habían estado lanzando contra la ventana tanto rato. Al final,
dos hombres acabaron por acercarse demasiado a las puertas, les dispararon y
todos salieron huy endo. Si la distinción hecha por Maxon era correcta, aquellos
debían de ser de los norteños.
Nos tuvieron encerradas un poquito más, mientras rastreaban el perímetro del
palacio. Cuando se convencieron de que todo estaba como correspondía, dejaron
que nos dirigiéramos a nuestras habitaciones. Marlee y y o fuimos cogidas del
brazo. A pesar de haber mantenido la calma, la tensión del ataque me había
dejado agotada, y estaba encantada de tener a alguien que me distrajera.
—¿Entonces te ha dejado que te pongas pantalones igualmente? —me
preguntó.
Yo me había puesto a hablar de Maxon a las primeras de cambio, deseosa de
saber cómo había ido su conversación.
—Sí, se mostró muy generoso.