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La Seleccion - Kiera Cass

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un tonto, porque no tengo su experiencia.

» Y cuando hago algo diferente de cómo lo haría él, algo que parece

inevitable, él me corrige. Y todo eso con la mente puesta en vosotras, que sois lo

único en lo que puedo pensar: ¡me tenéis emocionado pero a la vez aterrado!

Movía las manos al hablar, más que nunca, agitándolas y pasándoselas por el

pelo.

—¿Y tú crees que mi vida no está cambiando? ¿Qué oportunidades crees que

tengo de encontrar a mi alma gemela entre vuestro grupo? Tendré suerte si

encuentro a alguien capaz de soportarme toda la vida. ¿Y si es una de las que y a

he enviado a casa pensando que debía de haber una química que no sentía? ¿Y si

resulta que la elegida me deja a la primera adversidad? ¿Y si no aparece la

persona ideal? ¿Qué hago entonces, America?

Había empezado a hablar con rabia y con pasión, pero al final sus preguntas

habían perdido toda su retórica. En realidad lo que quería saber era una sola cosa:

¿qué iba a hacer si entre las chicas no había ninguna que pudiera llegar a

despertar en él, aunque solo fuera, el amor más pequeño? Aunque parecía que su

principal preocupación no era esa; lo que más le preocupaba era que ninguna

pudiera llegar a quererle.

—En realidad, Maxon, creo que sí encontrarás aquí a tu alma gemela. De

verdad.

—¿De verdad? —En contra de lo que pensaba, reaccionó con cierta

esperanza.

—Seguro —le puse una mano en el hombro. Daba la impresión de que aquel

simple contacto le reconfortaba. Me pregunté cuántas veces habría sentido ese

simple contacto humano—. Si tu vida es tan caótica como dices, tendrá que estar

en algún sitio. Por lo que yo sé, el amor verdadero suele aparecer siempre donde

menos te lo esperas —dije, esbozando una sonrisa.

Aquellas palabras parecieron tener un efecto positivo en él, y a mí también

me consolaban. Porque creía en lo que decía. Y si no podía encontrar el amor, lo

mejor que podía hacer era ayudar a Maxon a encontrar el suy o.

—Espero que te vaya bien con Marlee. Es encantadora.

Maxon hizo una mueca rara.

—Sí, lo parece.

—¿Cómo? ¿Tiene algo de malo ser encantadora?

—No, no. Está bien —dijo, sin ir más allá—. ¿Qué es lo que andas buscando?

—me preguntó de pronto.

—¿Cómo?

—Da la impresión de que no puedes mantener la mirada fija en un punto. Me

escuchas, pero parece como si estuvieras buscando algo.

Me di cuenta de que tenía razón. Todo el tiempo que había durado su

exposición, había estado escrutando el jardín y las ventanas, e incluso las torretas

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