La gestión ambientaL de carreteras en méxico - selome

Crecimiento urbano
En México se han seguido patrones masivos de expansión
urbana que, entre otras cosas, han dejado
como resultado zonas metropolitanas como la del
Valle de México, Guadalajara y Monterrey. Dichos
patrones se han dado en gran medida a lo largo
de vías de comunicación. En la Ciudad de México,
la generación de asentamientos humanos (regulares
e irregulares) comienza a darse de manera
marcada y masiva en la década de los 70 y tienen
que ver, principalmente con las fuertes corrientes
migratorias campo-ciudad, la centralización de los
poderes político y económico, y con el desarrollo de
la industria generándose una urbanización acelerada
en el país. Desde entonces las tierras ejidales
y comunales de las ciudades, principalmente
en la Ciudad de México se han ido transformando
en terrenos con viviendas para distintos grupos sociales,
desde fraccionamientos para estratos altos,
conjuntos habitacionales producidos por el Estado
y asentamientos irregulares.
En los setentas, los asentamientos irregulares comienzan
a crecer, principalmente los fraccionamientos
que ofertan vivienda a sectores sociales
que no tienen posibilidad de acceder al suelo a través
de mecanismos legales. Esto provocó que una
proporción importante de las colonias populares de
la zona metropolitana del Valle de México (ZMVM),
que es la más grande del país y comprende 56 municipios
conurbados (CONAPO 2005), surgieran a
través de fraccionamientos de terrenos privados
o de origen estatal que no contaban con autorización
ni con los servicios públicos indispensables, y
en muchos casos, surgen sobre zonas decretadas
para la protección ecológica, como ocurrió con la
ocupación de las faldas del Xitle, la cual trajo como
consecuencia, la destrucción de bosque.
Ante el crecimiento urbano, los terrenos localizados
en la periferia van dejando de ser agrícolamente
productivos ante la presión de la expansión
y ante la perspectiva de que es mucho mejor remunerada
la especulación y venta de la tierra para
fines urbanos, que mantenerla activa en ciclos
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productivos que cada vez son menos rentables.
( Bazant 2001). Si bien es totalmente cierto lo que
señala Jan Bazant ibid en relación con la especulación
que trae la ocupación de terrenos que no son
aptos para el desarrollo urbano, es importante señalar
otro problema que no se ha abordado en sus
dimensiones reales, sino hasta los últimos años: La
repercusión de la expansión urbana (metropolitana
y no metropolitana, regular e irregular) sobre el
medio ambiente. Es necesario para este aspecto
considerar, además del tamaño de la mancha urbana
como tal, la organización y el elevado grado de
consumo de la sociedad.
Las consecuencias de la urbanización sobre el
medio ambiente se relacionan con efectos sobre
el aire, el agua, el suelo y subsuelo, debido a que
el funcionamiento de la ciudad se basa en energía
como electricidad, petróleo o el gas que se consume
de manera masiva, un alto consumo de agua,
una significativa alteración del relieve original, como
importantes desmontes y terraplenes para todos
los usos urbanos, acumulación de los residuos
urbanos y basura, aumento de la contaminación,
aérea, acuática y terrestre, y grandes flujos de importación
de materiales y productos manufacturados
(Higueras, 2006).
Una ciudad conlleva el aumento progresivo de los
consumos de agua potable, importante alteración
de las escorrentías superficiales y un despilfarro
generalizado del agua de lluvia, que se evacúa instantáneamente
hacia la red de saneamiento urbana
y desaparece con rapidez del entorno, por la ausencia
de superficies con suelo permeable capaces de
retenerla, es decir que presenta un ciclo abierto y
desequilibrado En relación con el suelo, la ciudad
provoca un alto grado de desajuste en la actividad
del suelo, a tal grado que sus características de
amortiguación y filtrado no son suficientes para
evitar la concentración de metales pesados, cloro
y nitratos, ni la presencia de otros contaminantes
procedentes de los residuos sólidos urbanos, En
cuanto a la energía, además de su agotamiento,
las energías que ponen y mantienen en funcionamiento
la ciudad, son altamente contaminantes y