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Estudios Sociales “la Caixa”

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de modernización de la sociedad, del que la escuela fue al mismo tiempo su<br />

producto y el instrumento principal, la institución, que extendía la cultura de<br />

la elite a las clases populares, representó para éstas, fuera en las aldeas rurales,<br />

fuera en los barrios industriales de las ciudades, una ventana abierta al resto<br />

del mundo, muchas veces la única. De ahí que lograra fácilmente una clara<br />

influencia sobre la familia –el docente en lugar del padre– y sobre la comunidad<br />

–el docente como parte de las fuerzas vivas–, y que ejerciera a menudo<br />

tal fascinación sobre los hijos más inquietos de esos medios populares, que<br />

descubrirían así su vocación de desertores del arado y del taller, es decir, de<br />

profesores. Hoy, la situación es exactamente la contraria. En medio de la profusión<br />

de oportunidades de la ciudad, la ubicuidad de los medios de comunicación<br />

y difusión y el desarrollo de internet, la escuela tiene que hacer lo<br />

imposible para mantener la atención de los escolares. El pionero en señalarlo<br />

fue Herbert Simon (1971): en un mundo rico en información se produce, en<br />

consecuencia, escasez de aquello que la información consume, que es la atención<br />

de sus receptores. En esta nueva economía de la atención (Goldhaber,<br />

1997; Lanham, 2006), en la que una avalancha de información y de conocimiento<br />

tiene que competir por el tiempo y el interés del alumno, la escuela no<br />

se beneficia ya de ninguna superioridad aparente. El profesor puede vencer,<br />

pero tiene muy difícil convencer. Esto no sucede, como a menudo se pretende,<br />

porque el alumno no sea capaz de apreciar el valor, las excelencias y las ventajas<br />

del saber escolar, sino porque éstas, a no ser que vengan acompañadas<br />

de una elevada capacidad del profesor para seleccionar la información y el<br />

conocimiento, para convencer del acierto de esa selección y para organizar de<br />

modo eficaz y eficiente su asimilación, sencillamente no existen. No sólo no<br />

existen, sino que en el contexto de la institución tienden a tornarse invisibles<br />

aun cuando existan.<br />

El profesor no se siente obligado a justificar la pertinencia de lo que enseña,<br />

ya que la escolaridad es obligatoria y el currículo está cerrado y prediseñado.<br />

La arbitrariedad cultural de la que nos hablaron, no hace tanto, Bourdieu y<br />

Passeron (1970), no es el secreto que se desvela al iniciado al final del camino,<br />

sino una presunción, en parte justificada y en parte no, pero en todo caso difícil<br />

de combatir, que empapa la actividad escolar del principio al fin; es decir,<br />

un estigma institucional.<br />

174 FRACASO Y ABANDONO ESCOLAR EN ESPAÑA

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