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AL OTRO LADO DEL ESPEJO - José María Álvarez

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<strong>AL</strong> <strong>OTRO</strong> <strong>LADO</strong> <strong>DEL</strong> <strong>ESPEJO</strong>. JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ<br />

que el poeta logra entrever un ápice del Esplendor, de la Maravilla,<br />

a través de pequeños momentos inefables. Son instantes<br />

de luz, intensos momentos que sitúan al poeta en el centro<br />

gozoso de la realidad. Son esos instantes maravillosos en que<br />

el cuerpo de una mujer amada, una copa perfecta, la dulzura de<br />

un momento de calma, alejado de toda angustia, miedo o inquietud,<br />

la contemplación serena de la nobleza, belleza o amistad<br />

bajo cualquiera de sus posibles formas, le sitúan en el centro<br />

de la existencia, y haciéndole entrever algunos rasgos de la<br />

felicidad, le alejan, siquiera unos instantes, de la miseria Y del<br />

drama cotidianos.<br />

Característica especial de estos momentos es, por desgracia, su<br />

condición efímera. Una prolongación, ininterrumpida y hasta<br />

el infinito, de dichos instantes, ciertamente, crearía una vivencia<br />

gozosa, no problemática de la realidad.<br />

La Hora Alta es, pues, efímera, y está azarosamente repartida<br />

en instantes esporádicos. Una conciencia despierta corno la de<br />

Alvarez no puede dejar de convocarla, en un intento de crearla<br />

a cada instante, a favor de su propio deseo. Su belleza, su luz,<br />

la satisfacción que otorgan esos instantes, son un talismán cuya<br />

magia el poeta intenta prolongar, en extensión e intensidad, sobre<br />

su propia peripecia temporal.<br />

Pero la Hora Alta tiene también una versión esencial, TOT<strong>AL</strong>,<br />

en el sentido de que simboliza el instante supremo, final, de<br />

una vida humana, a la que, con su grandeza, presta un sentido<br />

y signo ineludibles.<br />

Esta versión TOT<strong>AL</strong> de la Hora Alta se nos muestra como<br />

hermosa y deseable porque asienta al hombre en el corazón de<br />

una embriagadora, aunque instantánea felicidad. Es el instante<br />

supremo, de apuesta definitiva con el vacío y la muerte para<br />

vencer, como en un brindis inefable, la barbarie.<br />

Su decoración no puede dejar de ser, por tanto, en un poeta<br />

que tiene tendencia a engrandecer las cosas con su peculiar visión,<br />

fastuosa. La pinta –quién si no– Leonardo, iluminador de<br />

horas tan altas. Está habitada de balcones, estandartes, leopardos,<br />

cuerpos amados, orgullo, sueños, racimos de luz... Incluso,<br />

en su seno, ni la dulce melancolía falta: una vaga insistencia<br />

en el pasado lleva a Alvarez a hacernos entrever en lejanía sutil<br />

unos imborrables y lejanos rostros de la niñez.

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