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Nuevo Testamento - iglesia bautista getsemani de montreal

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justificados por fe (Ro. 5:1). La fe es la respuesta humana a la gracia <strong>de</strong> Dios. Por la fe,<br />

aceptamos el don, aquello que se nos da gratuitamente. La fe es aquello que se apropia <strong>de</strong><br />

lo que Dios ha hecho por nosotros. Somos justificados por la sangre Suya (Ro. 5:9). Aquí,<br />

la sangre es el precio que tuvo que ser pagado para la adquisición <strong>de</strong> nuestra justificación.<br />

La <strong>de</strong>uda <strong>de</strong>l pecado quedó satisfecha mediante la preciosa sangre <strong>de</strong> Cristo, y ahora Dios<br />

pue<strong>de</strong> justificar a pecadores impíos siendo que se ha dado una justa satisfacción. Somos<br />

justificados por Dios (Ro. 8:33). La verdad aquí es que Dios es la Persona que justifica.<br />

Somos justificados por po<strong>de</strong>r (Ro. 4:25).<br />

Nuestra justificación está ligada al po<strong>de</strong>r que resucitó a Cristo <strong>de</strong> entre los muertos. Su<br />

resurrección <strong>de</strong>muestra que Dios queda satisfecho. Y somos justificados por obras (Stg.<br />

2:24). Las obras son la prueba externa <strong>de</strong> la realidad <strong>de</strong> nuestra fe. Dan expresión externa a<br />

lo que sería en otro caso invisible. Por esto vemos que la persona es justificada por gracia,<br />

por fe, por la sangre, por Dios, por po<strong>de</strong>r y por obras. Pero no hay contradicción ahí. Estas<br />

<strong>de</strong>claraciones presentan sencillamente diferentes aspectos <strong>de</strong> la misma verdad. La gracia es<br />

el principio en base <strong>de</strong>l que Dios justifica; la fe es el medio por el que el hombre recibe la<br />

justificación; la sangre es el precio que el Salvador tuvo que pagar; Dios es el Agente activo<br />

en la justificación; el po<strong>de</strong>r es su prueba; y las obras son su resultado.<br />

2:14 Santiago insiste en que una fe que no resulta en buenas obras no pue<strong>de</strong> salvar. Hay<br />

dos claves que son <strong>de</strong> gran ayuda para compren<strong>de</strong>r este versículo. Primero, Santiago no<br />

dice: «De qué sirve que un hombre tenga fe…». Lo que sí dice es: ¿De qué sirve que<br />

alguien diga que tiene fe…? En otras palabras, no se trata <strong>de</strong> que un hombre tenga<br />

realmente fe, pero que no esté verda<strong>de</strong>ramente salvado. Santiago está <strong>de</strong>scribiendo al<br />

hombre que no tiene más que una profesión <strong>de</strong> fe. Dice que tiene fe, pero no hay nada en su<br />

vida que lo <strong>de</strong>muestre. La segunda clave útil aparece en la siguiente pregunta: ¿Acaso<br />

podrá esa fe salvarle? En otras palabras, ¿pue<strong>de</strong> salvar esa clase <strong>de</strong> fe? (cf. V.M.). Si se<br />

pregunta <strong>de</strong> a qué clase <strong>de</strong> fe se está refiriendo Santiago aquí, la respuesta se encuentra en<br />

la primera parte <strong>de</strong> este versículo. Se está refiriendo a una pretendida fe que no está<br />

respaldada por buenas obras. Una fe así no vale para nada. Es toda palabras, y nada más.<br />

2:15–16 Ahora se ilustra la inutilidad <strong>de</strong> las palabras sin las acciones. Somos<br />

introducidos a dos personas. Una no tiene el sustento diario ni ropa. La otra tiene ambas<br />

cosas, pero no está dispuesta a compartir. Profesando una gran generosidad, la última le<br />

dice a la primera: «Ve, ponte algo <strong>de</strong> ropa, y tómate una buena comida». Pero ni levanta un<br />

<strong>de</strong>do para hacer esto posible. ¿De qué sirven estas palabras? ¡Son totalmente inútiles! Ni<br />

dan satisfacción al hambre ni sirven para abrigar el cuerpo.<br />

2:17 Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma. Una fe sin obras<br />

no es una verda<strong>de</strong>ra fe en absoluto. Es sólo cuestión <strong>de</strong> palabras. Santiago no está diciendo<br />

que seamos salvos por la fe más las obras. Mantener tal postura sería <strong>de</strong>shonrar la obra<br />

acabada <strong>de</strong>l Señor Jesucristo. Si fuésemos salvados por la fe más las obras, entonces habría<br />

dos salvadores —Jesús y nosotros mismos—. Pero el <strong>Nuevo</strong> <strong>Testamento</strong> es muy claro<br />

acerca <strong>de</strong> que Cristo es el un y único Salvador. Lo que Santiago está enfatizando aquí es<br />

que no somos salvados sólo por una fe <strong>de</strong> palabras, sino por aquella clase <strong>de</strong> fe que resulta<br />

en una vida <strong>de</strong> buenas obras. En otras palabras, las obras no son la raíz <strong>de</strong> la salvación, sino<br />

el fruto. No son la causa, sino el efecto. Calvino lo expresó <strong>de</strong> manera muy llana: «Somos<br />

salvos por la fe sola, pero no por una fe que queda sola».<br />

2:18 La verda<strong>de</strong>ra fe y las buenas obras son inseparables. Santiago nos muestra esto<br />

dándonos un fragmento <strong>de</strong> un <strong>de</strong>bate entre dos hombres. El primero, que está genuinamente<br />

salvado, es el que habla. El segundo profesa tener fe, pero no <strong>de</strong>muestra su fe mediante

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