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Nuevo Testamento - iglesia bautista getsemani de montreal

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había dado muerte a los profetas y había apedreado a los mensajeros <strong>de</strong> Dios, pero el Señor<br />

la amaba y muchas veces, protectora y amante, habría juntado a Sí a sus hijos —como la<br />

gallina junta sus polluelos <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las alas— pero no quiso.<br />

23:38 Al terminar Su lamento, el Señor Jesús dijo: He aquí que vuestra casa os es<br />

<strong>de</strong>jada <strong>de</strong>sierta. En primer término, la casa aquí es el templo, pero pue<strong>de</strong> incluir asimismo<br />

la ciudad <strong>de</strong> Jerusalén y la nación misma. Habría un intervalo entre Su muerte y la Segunda<br />

Venida, durante el cual la incrédula nación <strong>de</strong> Israel no le vería (<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> Su<br />

resurrección, Él fue visto sólo por creyentes).<br />

23:39 El versículo 39 mira a<strong>de</strong>lante a la Segunda Venida, cuando una porción creyente<br />

<strong>de</strong> Israel le aceptará como su Mesías-Rey. Esta aceptación está implícita en las palabras<br />

citadas, Bendito el que viene en el nombre <strong>de</strong>l Señor.<br />

No hay indicación alguna <strong>de</strong> que quienes asesinaron a Cristo tendrían una segunda<br />

oportunidad. Estaba refiriéndose a Jerusalén y por tanto, por metonimia, a sus moradores y<br />

a Israel en general. La siguiente vez que los habitantes <strong>de</strong> Jerusalén le vean tras Su muerte<br />

será cuando le miren a Él, a quien traspasaron, y se lamenten como quien se lamenta por un<br />

hijo único (Zac. 12:10). Para los judíos no hay llanto más amargo que el llanto por la<br />

muerte <strong>de</strong> un hijo único.<br />

XIII. EL DISCURSO DEL REY EN EL OLIVETE (Caps. 24,<br />

25)<br />

Los capítulos 24 y 25 forman lo que es llamado el Discurso <strong>de</strong>l Olivete, llamado así<br />

porque este importante mensaje fue dado en el Monte <strong>de</strong> los Olivos. El discurso es<br />

enteramente profético; señala hacia a<strong>de</strong>lante, al Periodo <strong>de</strong> la Tribulación y a la Segunda<br />

Venida <strong>de</strong>l Señor. <strong>de</strong> manera primaria, aunque no <strong>de</strong> forma exclusiva, tiene que ver con la<br />

nación <strong>de</strong> Israel. Su marco es evi<strong>de</strong>ntemente Palestina; por ejemplo: «Entonces los que<br />

estén en Ju<strong>de</strong>a, huyan a los montes» (24:16). Su entorno es distintivamente judaico; por<br />

ejemplo: «Orad para que vuestra huida no sea … en sábado» (24:20). La referencia a los<br />

escogidos (24:22) <strong>de</strong>bería ser comprendida como <strong>de</strong> los escogidos judíos <strong>de</strong> Dios, no la<br />

<strong>iglesia</strong>. Como veremos más a<strong>de</strong>lante, la <strong>iglesia</strong> no se encuentra en las profecías, ni en las<br />

parábolas <strong>de</strong> este discurso.<br />

A. Jesús predice la Destrucción <strong>de</strong>l Templo (24:1–2)<br />

El discurso comienza con la significativa <strong>de</strong>claración <strong>de</strong> que Saliendo Jesús, se iba <strong>de</strong>l<br />

templo (V.M.). Este movimiento es especialmente significativo a la luz <strong>de</strong> las palabras que<br />

acababa <strong>de</strong> pronunciar: «… vuestra casa os es <strong>de</strong>jada <strong>de</strong>sierta» (23:38). Nos recuerda la<br />

<strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> Ezequiel <strong>de</strong> la gloria alejándose <strong>de</strong>l templo (Ez. 9:3; 10:4; 11:23).<br />

Los discípulos querían que el Señor admirase la hermosura arquitectónica <strong>de</strong>l templo<br />

con ellos. Estaban ocupados en lo efímero en lugar <strong>de</strong> en lo eterno, interesados en las<br />

sombras en lugar <strong>de</strong> en la sustancia. Jesús les advirtió que el edificio quedaría tan<br />

absolutamente <strong>de</strong>struido que no quedaría piedra sobre piedra. Tito intentó salvar el<br />

templo, pero fracasó, porque sus soldados lo incendiaron, cumpliéndose así la profecía <strong>de</strong><br />

Cristo. Cuando el fuego fundió los ornamentos <strong>de</strong> oro, el metal fundido corrió entre las<br />

grietas <strong>de</strong> las piedras. Para tomarlo, los soldados tuvieron que quitar las piedras una por<br />

una, tal como había predicho nuestro Señor. Este juicio fue ejecutado en el 70 d.C., cuando<br />

los romanos, dirigidos por Tito, saquearon Jerusalén.

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