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Nuevo Testamento - iglesia bautista getsemani de montreal

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No es vengativo, sino que está siempre dispuesto a perdonar a quien le haya hecho daño.<br />

No sólo eso, sino que como práctica habitual se muestra bondadoso para con los <strong>de</strong>más,<br />

especialmente con los que no lo merecen. Y es igual para con todos; no juega a favoritos.<br />

Los ricos reciben el mismo tratamiento que los pobres; los gran<strong>de</strong>s no son preferidos al<br />

común <strong>de</strong> la gente. Finalmente, no es un hipócrita. No dice una cosa cuando piensa otra.<br />

Nunca le oirás lisonjear. Dice la verdad, y nunca se pone una careta.<br />

El hombre <strong>de</strong> sabiduría mundana no es así. Tiene el corazón lleno <strong>de</strong> envidia y<br />

contienda. En su <strong>de</strong>terminación a enriquecerse, se vuelve intolerante con todos los rivales o<br />

competidores. No hay nada noble en su conducta; no ascien<strong>de</strong> a más altura que la tierra.<br />

Vive para gratificar sus apetitos naturales —como los animales—. Y sus métodos son<br />

crueles, pérfidos y <strong>de</strong>moniacos. Debajo <strong>de</strong> su traje bien planchado hay una vida <strong>de</strong><br />

impureza. Su vida mental es sucia, su moralidad <strong>de</strong>gradada, su manera <strong>de</strong> hablar inmunda.<br />

Es pen<strong>de</strong>nciero con todos los que no están <strong>de</strong> acuerdo con él y con los que le contrarían en<br />

cualquier forma. En el hogar, en el trabajo, en la vida social, es constantemente<br />

contencioso. Y es duro y abrumador, rudo y crudo. No es fácil estar junto a él; mantiene a<br />

la gente a distancia. Es prácticamente imposible razonar con él <strong>de</strong> manera tranquila. Su<br />

mente está ya <strong>de</strong>cidida, y sus opiniones no están sujetas a cambios. Es rencoroso y<br />

vengativo. Cuando atrapa a alguien en una falta o en un error, no muestra misericordia.<br />

Descarga un torrente <strong>de</strong> insultos, <strong>de</strong> <strong>de</strong>scortesía y <strong>de</strong> malicia. Valora a las personas según el<br />

beneficio que pueda conseguir <strong>de</strong> ellas. Cuando ya no las pue<strong>de</strong> «usar» más, es <strong>de</strong>cir,<br />

cuando ya no tiene esperanza <strong>de</strong> sacar provecho <strong>de</strong> conocerlas, pier<strong>de</strong> todo interés en ellas.<br />

Finalmente, tiene dos caras, es insincero. Nunca se pue<strong>de</strong> estar seguro <strong>de</strong> él, ni <strong>de</strong> sus<br />

palabras ni <strong>de</strong> sus acciones.<br />

3:18 Santiago termina este capítulo con estas palabras: Y el fruto <strong>de</strong> justicia se<br />

siembra en paz para aquellos que hacen la paz. Este versículo es un vínculo <strong>de</strong> conexión<br />

entre lo que hemos estado tratando y lo que sigue a continuación. Acabamos <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r<br />

que la verda<strong>de</strong>ra sabiduría es amante <strong>de</strong> la paz. En el siguiente capítulo encontramos<br />

conflicto entre el pueblo <strong>de</strong> Dios. Aquí se nos recuerda que la vida es como un proceso <strong>de</strong><br />

agricultura. Tenemos al granjero (el sabio que es pacificador); el clima (la paz); y la<br />

cosecha (la justicia). El granjero quiere conseguir una cosecha <strong>de</strong> justicia. ¿Se pue<strong>de</strong> esto<br />

conseguir en una atmósfera <strong>de</strong> pen<strong>de</strong>ncias y altercados? No; la siembra ha <strong>de</strong> tener lugar<br />

bajo condiciones <strong>de</strong> paz. Tiene que ser hecha por aquellos que son <strong>de</strong> disposición pacífica.<br />

Se producirá una cosecha <strong>de</strong> rectitud en sus propias vidas y en las vidas <strong>de</strong> aquellos a los<br />

que ministren.<br />

Una vez más, Santiago tiene que poner nuestra fe a prueba, esta vez con respecto a la<br />

clase <strong>de</strong> sabiduría que manifestamos en nuestra vida cotidiana.<br />

Hemos <strong>de</strong> preguntarnos: «¿Respeto más a los orgullosos <strong>de</strong> este mundo que al humil<strong>de</strong><br />

creyente en el Señor Jesús?». «¿Sirvo al Señor sin preocuparme <strong>de</strong> quién recibe el crédito<br />

por ello?». «¿O empleo a veces medios dudosos para conseguir buenos resultados?». «¿Me<br />

hago culpable <strong>de</strong> adulación para influir sobre la gente?». «¿Abrigo celos y resentimiento en<br />

mi corazón?». «¿Recurro al sarcasmo y a observaciones agrias?». «¿Soy puro en mi<br />

pensamiento, en mi manera <strong>de</strong> hablar, en mi moralidad?».<br />

VIII. LA CODICIA: SU CAUSA Y SU CURA (Cap. 4)

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