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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

excitación y anticipación. Por <strong>un</strong> momento la imagen de los látigos guardados bajo la cama<br />

irrumpió en su mente, pero la ahuyentó.<br />

Miró los brazos extendidos de Alex en aquella falsa pose de esclavitud. Era su cautivo. Si se<br />

quedaba de esa manera, cada parte de aquel cuerpo sería suya, para explorarlo a vol<strong>un</strong>tad,<br />

incluyendo el imponente montículo que abultaba la toalla. Apartó los ojos de allí y se arrodilló en<br />

el borde de la cama.<br />

—Recuérdalo —susurró ella. —No apartes las manos en la pared. No las muevas.<br />

—Si separas <strong>un</strong> poquito las piernas, cariño, seré tan colaborador como quieras.<br />

Daisy decidió que era <strong>un</strong> trato justo, y separó los muslos. Alex se recreó en lo que quedaba<br />

ahora a la vista. Tensó el brazo derecho, como si fuera a moverlo, pero luego se relajó.<br />

Daisy inclinó la cabeza y comenzó a saborearle de nuevo, mordisqueando cada centímetro del<br />

torso masculino, y siguió bajando. La piel, firme y tensa, delineaba cada músculo. Le deslizó las<br />

manos por el pecho, disfrutando de la textura del vello y de la piel húmeda. No pudo resistirse a<br />

las tetillas color café y las capturó con los labios, haciendo que Alex se contorsionara debajo de<br />

ella. Extendiendo <strong>un</strong>a mano, Daisy le agarró el bíceps y se lo apretó. Después deslizó los dedos<br />

hacia abajo, buscando el suave vello de su axila. Cuando se demoró allí, a Alex se le puso la piel de<br />

gallina y soltó <strong>un</strong> prof<strong>un</strong>do gemido entrecortado. Ella levantó la cabeza lentamente y lo miró a los<br />

ojos.<br />

—Voy a quitarte la toalla.<br />

—¿Ahora?<br />

El crudo deseo en la mirada de Alex le recordó que estaba jugando con fuego. Pero no pensaba<br />

retroceder; bajó las manos a la toalla. Deshizo el nudo con <strong>un</strong> movimiento fluido y la abrió.<br />

—Oh... —Era magnífico. Alargó la mano y lo tocó tímidamente con la p<strong>un</strong>ta del dedo. Alex dio<br />

<strong>un</strong> brinco y ella apartó la mano.<br />

La mirada de Daisy voló hacia la cara de Alex; la mueca que esbozaba parecía reflejar dolor.<br />

—¿Te he hecho daño?<br />

—Tienes sesenta seg<strong>un</strong>dos —graznó él, —después moveré los brazos.<br />

Un estremecimiento de placer atravesó como <strong>un</strong> relámpago el cuerpo de Daisy al darse cuenta<br />

de lo que pasaba.<br />

—No lo harás hasta que te dé permiso —le dijo con severidad.<br />

—Cincuenta seg<strong>un</strong>dos —repuso él.<br />

Daisy se apresuró a acariciarlo otra vez, dejando que las indagadoras p<strong>un</strong>tas de sus dedos<br />

vagaran por todas partes, acariciándolo aquí y allá. Deslizó la mano por los muslos separados de<br />

Alex y buscó más sitios donde tocarlo.<br />

—Veinte seg<strong>un</strong>dos —gimió él.<br />

—No cuentes tan rápido.<br />

Él se rio entre dientes al tiempo que gemía, haciéndola sonreír. Pero la sonrisa de Daisy se<br />

desvaneció con rapidez. Después de tantos años de abstinencia, ¿cómo lograría su pequeño<br />

cuerpo alojar algo de ese tamaño? Cuando cerró su mano en torno a él, se le ocurrió que quizá sus<br />

partes privadas se habían atrofiado por falta de uso. Daisy lo acarició.<br />

—¡Se acabó el tiempo!<br />

Sin previo aviso, se encontró de espaldas sobre la cama bajo el cuerpo de Alex.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 106

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