Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
Él le dio otro empujoncito con la cabeza, con esos melancólicos ojos oscuros. Daisy se hizo la<br />
fuerte ante la mirada que él le brindaba tras las rizadas pestañas.<br />
—Lo siento, pero te va a llevar tu tiempo. Tienes que hacerme olvidar muchas cosas. Ahora si<br />
me perdonas, tengo que volver a la casa de fieras. —Se giró para marcharse.<br />
Tater gimió. Desconsolado. Triste. Como <strong>un</strong> niño que hubiera perdido a su madre.<br />
Daisy aminoró el paso y se le rompió el corazón cuando vio al desolado elefantito con las orejas<br />
caídas y los oscuros ojos tristes. Arrastraba la pequeña trompa por el suelo manchándola de tierra.<br />
—Tú te lo has buscado —señaló.<br />
El animal soltó <strong>un</strong> gemido plañidero.<br />
—Yo intenté ser simpática.<br />
Otro gemido patético. Y luego, para asombro de Daisy, vio que comenzaban a caerle lágrimas<br />
de los ojos. Digger le había dicho que los elefantes eran <strong>un</strong>o de los animales más sentimentales<br />
que existían y que además lloraban, pero no le había creído. Ahora, mientras observaba resbalar<br />
las lágrimas por la arrugada piel de Tater, se evaporó todo su resentimiento.<br />
Por seg<strong>un</strong>da vez en el día, ignoró la aversión que sentía a acariciar animales. Tendió la mano y<br />
acarició la trompa de Tater.<br />
—Eso no vale. Eres tan llorón como yo.<br />
Él levantó la cabeza y dio <strong>un</strong>os pasos vacilantes hacia ella. Cuando estuvo a su lado se paró<br />
como si quisiera pedir permiso antes de restregarle la cabeza contra el hombro.<br />
Una vez más casi la arrojó al suelo, pero esta vez el gesto había sido cariñoso. Daisy le acarició<br />
la frente.<br />
—No pienses que te perdono porque soy <strong>un</strong>a debilucha. Tienes que mejorar tus modales o<br />
todo habrá terminado entre nosotros.<br />
Él se frotó contra ella con la misma suavidad que <strong>un</strong> patito.<br />
—Nada de golpes. Nada de trucos.<br />
Tater dejó salir <strong>un</strong> suave suspiro y Daisy se rindió.<br />
—Eres <strong>un</strong> bebé tonto.<br />
Mientras Daisy perdía el corazón por el elefante, Alex estaba en la puerta trasera del circo,<br />
observando lo sucedido. Vio cómo el elefante curvaba la trompa en torno al brazo de su esposa y<br />
sonrió. Lo supiera Daisy o no, acababa de hacer <strong>un</strong> amigo para toda la vida. Se rio entre dientes y<br />
se encaminó hacia el vagón rojo.<br />
Heather n<strong>un</strong>ca se había sentido tan desdichada. Sentada en la mesa de cocina de la Airstream<br />
de su padre, clavó la mirada en los deberes de la escuela, pero lo escrito en la página no captaba<br />
su atención. Como los demás niños del circo, recibía lecciones por correspondencia a través de la<br />
Calvert School de Baltimore, <strong>un</strong> lugar especializado en enseñar a los niños que no podían ir a la<br />
escuela. Cada pocas semanas llegaba <strong>un</strong> grueso paquete con libros, cuadernos y exámenes.<br />
Sheba se había acostumbrado a supervisar la tarea escolar de Heather, pero la educación de la<br />
mujer no había sido demasiado buena y no había mucho que pudiera hacer excepto comprobar los<br />
exámenes. Heather tenía dificultades con la geografía y había suspendido lengua inglesa.<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 118