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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

Al menos eso era algo que se le daba bien. Mientras la observaba tuvo que contener el<br />

repentino deseo de cogerla en brazos y llevarla de vuelta a la caravana, donde la dejaría en la<br />

cama y satisfaría todas las preg<strong>un</strong>tas que comenzaba a hacerse. ¿Cómo se verían cada <strong>un</strong>o de esos<br />

rizos sueltos y extendidos como cintas oscuras sobre la almohada? Quería observarla desnuda<br />

sobre las sábanas arrugadas, ver la palidez de su piel contra la de él, más oscura; sopesar sus<br />

pechos con las manos. Quería olerla y sentir sus caricias.<br />

El día anterior, tras la boda, se había dicho a sí mismo que no era el tipo de mujer con la que se<br />

acostaría, pero eso había sido antes de atisbar aquel redondo trasero bajo la camiseta cuando la<br />

despertó esa mañana. Había sido antes de observarla en la camioneta, cruzando y descruzando<br />

esas largas piernas, dejando colgada la sandalia del dedo gordo del pie. Tenía los pies bonitos y<br />

pequeños, con <strong>un</strong> empeine alto y delicado y las uñas pintadas del mismo color rojo que el manto<br />

de <strong>un</strong>a virgen ortodoxa.<br />

No le gustaba que otros hombres supieran más de las apetencias sexuales de su esposa que él<br />

mismo. Pero también sabía que era cuestión de tiempo. No podía tocarla hasta asegurarse de que<br />

ella entendía cómo serían las cosas entre ambos. Y para entonces, había muchas posibilidades de<br />

que Daisy cogiera la maleta y se largara.<br />

La tomó del brazo y la llevó a la caravana. Por <strong>un</strong> momento, Daisy se resistió, y luego cedió.<br />

—De verdad, comienzo a odiarte —dijo débilmente. —Lo sabes, ¿no?<br />

A él le sorprendió que aquellas palabras le dolieran, sobre todo cuando eso era exactamente lo<br />

que quería que ella hiciera. Daisy no estaba hecha para <strong>un</strong>a vida tan dura y él no tenía ningún<br />

deseo de alargar aquella situación indefinidamente. Era lo mejor que podía hacer.<br />

—Quizá sea lo mejor.<br />

—Hasta ahora n<strong>un</strong>ca había odiado a nadie. Ni siquiera a Amelia o a mi padre, y ellos me han<br />

dado razones suficientes para hacerlo. Pero a ti no te importa lo que sienta por ti, ¿verdad?<br />

—No.<br />

—Creo que n<strong>un</strong>ca he conocido a nadie tan frío.<br />

—Seguro que no. —«Frío, Alex. Eres tan frío.» Se lo había oído decir a muchas mujeres antes<br />

que a ella. Mujeres de buen corazón. Mujeres competentes e inteligentes que habían merecido<br />

algo más que <strong>un</strong> hombre cuyos sentimientos habían desaparecido mucho tiempo antes de<br />

conocerlas.<br />

Cuando era joven había pensado que <strong>un</strong>a familia podría curar esa parte herida y solitaria de su<br />

interior. Pero mientras buscaba <strong>un</strong>a relación duradera había herido a esas mujeres de buen<br />

corazón y se había probado a sí mismo que no tenía sentimientos para amar a ning<strong>un</strong>a, ni a<strong>un</strong>que<br />

hubiera sido su intención hacerlo.<br />

Llegaron a la caravana. Pasó j<strong>un</strong>to a Daisy al llegar a la puerta y se metió dentro.<br />

—Voy a darme <strong>un</strong>a ducha. Te ayudaré a limpiar cuando salga.<br />

Ella lo detuvo antes de que llegase al baño.<br />

—¿No podrías haber fingido ser feliz esta noche?<br />

—Soy como soy, Daisy. Yo no finjo. N<strong>un</strong>ca.<br />

—Estaban tratando de ser amables. ¿Te costaba tanto disimular <strong>un</strong> poco?<br />

«¿Como podía explicárselo para que lo entendiera?»<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 53

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