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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

La promesa que Alex le había hecho a Owen en el lecho de muerte hacía que tuviera constantes<br />

enfrentamientos con su viuda. Sheba Quest era su patrona y estaba resuelta a presionarlo tanto<br />

como le fuera posible. Pero él estaba decidido a respetar los deseos de Owen. Era <strong>un</strong> compromiso<br />

que no satisfacía a ning<strong>un</strong>o de los dos y era inevitable que entre ellos surgiera <strong>un</strong>a guerra abierta.<br />

—No tienes ning<strong>un</strong>a prueba de que Daisy cogiera el dinero.<br />

Mientras lo decía, Alex se sintió furioso consigo mismo por intentar defenderla. No había más<br />

sospechosos.<br />

No le sorprendería que su esposa hubiera cogido dinero —ella habría pensado que se lo<br />

merecía, —pero no había esperado que robara en el circo. Eso sólo demostraba que su libido<br />

había nublado su buen juicio.<br />

—Es cierto —espetó ella. —Comprobé la recaudación después de que se fuera. Acéptalo, Alex,<br />

tu mujer es <strong>un</strong>a ladrona.<br />

—No quiero que la acuses antes de que hable con ella —dijo él con terquedad.<br />

—El dinero ha desaparecido, ¿no es cierto? Y Daisy estaba a cargo de él. Si ella no lo ha robado,<br />

¿por qué se ha esfumado?<br />

—La buscaré y le preg<strong>un</strong>taré.<br />

—Quiero que la detengan, Alex. Me robó, y en cuanto la encuentres llamaré a la policía.<br />

Él se detuvo al instante.<br />

—N<strong>un</strong>ca llamamos a la policía. Lo sabes tan bien como cualquiera. Si es culpable yo me<br />

encargaré de ella igual que me encargaría de cualquier otra persona que hubiera infringido la ley<br />

del circo.<br />

—La última persona de la que te encargaste fue aquel conductor que vendía drogas a los<br />

trabajadores. Lo dejaste hecho <strong>un</strong>a piltrafa cuando acabaste con él. ¿Piensas hacer lo mismo con<br />

Daisy?<br />

—¡Ya está bien!<br />

—Eres <strong>un</strong> gilipollas, ¿sabes? No vas a poder proteger a tu estúpida mujercita. Quiero recuperar<br />

hasta el último centavo y luego quiero que la castigues. Y si no lo haces a mi entera satisfacción,<br />

me aseguraré de que todo el peso de la ley caiga sobre ella.<br />

—Te he dicho que me encargaré de ella.<br />

—Ya veo cómo lo haces.<br />

Sheba era la mujer más dura que conocía. La miró directamente a los ojos.<br />

—Daisy no tiene nada que ver con lo que pasó entre nosotros. No la utilices para vengarte de<br />

mí.<br />

Alex vio en los ojos de Sheba <strong>un</strong> destello de vulnerabilidad que rara vez exhibía, pero<br />

desapareció con la misma rapidez que apareció.<br />

—Odio desinflar ese precioso ego tuyo, pero veo que aún no te has dado cuenta de que ya no<br />

me interesas en absoluto.<br />

Se marchó airada y, mientras la observaba alejarse, Alex supo que mentía.<br />

Los dos compartían <strong>un</strong>a historia larga y complicada que se remontaba al verano en que él tenía<br />

dieciséis años y pasaba las vacaciones viajando con el circo de los Hermanos Quest, y escuchando<br />

el p<strong>un</strong>to de vista de Owen sobre los hombres y las mujeres. Los trapecistas Cardoza también<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 68

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