Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
Para sorpresa de la joven, el tigre alzó la cabeza. Daisy no sabía si había respondido a su voz o a<br />
otro tipo de instinto. Se acercó a él, a pesar de que le temblaban tanto las rodillas que apenas<br />
podía mantenerse en pie. No sabía qué iba a hacer. Sólo sabía que tenía que actuar.<br />
El tigre permaneció encorvado sobre el cuerpo inmóvil de Neeco. Por <strong>un</strong> momento Daisy pensó<br />
que el entrenador estaba muerto, pero luego se dio cuenta de que permanecía quieto a la espera<br />
de que el tigre se olvidase de él.<br />
Ella oyó la tranquila pero autoritaria voz de Alex.<br />
—Daisy, no des <strong>un</strong> paso más.<br />
Y luego la de su padre, más chillona.<br />
—¿Qué estás haciendo? ¡Regresa aquí!<br />
Daisy los ignoró a los dos. El tigre se giró ligeramente y se quedaron mirando fijamente el <strong>un</strong>o al<br />
otro. Los dientes afilados y curvos del animal estaban al descubierto, tenía las orejas aplastadas<br />
contra la cabeza y la miraba de <strong>un</strong>a manera salvaje. Daisy sintió que estaba aterrorizado.<br />
—Sinj<strong>un</strong> —dijo ella con suavidad. Pasaron <strong>un</strong>os seg<strong>un</strong>dos. Daisy vio <strong>un</strong> destello de pelo rojizo<br />
entre Sinj<strong>un</strong> y la carpa principal; era el pelo llameante de Sheba Quest. La dueña del circo corría<br />
hacia Alex, que ya había dejado a la niña en los brazos de la maestra. Sheba le dio algo a Alex, pero<br />
Daisy estaba demasiado aturdida para deducir lo que era.<br />
El tigre pasó por encima del cuerpo de Neeco y centró toda su feroz atención en ella. El animal<br />
tenía todos los músculos tensos y preparados para saltar.<br />
—Tengo <strong>un</strong> arma. —La voz de Alex sólo fue <strong>un</strong> susurro. —No te muevas.<br />
Su marido iba a matar a Sinj<strong>un</strong>. Comprendía la lógica de lo que estaba a p<strong>un</strong>to de hacer —con<br />
gente en el recinto, <strong>un</strong> tigre salvaje y aterrorizado era, evidentemente, <strong>un</strong> peligro, —pero ella no<br />
podía consentirlo. Esa magnífica bestia no debía ser ejecutada sólo por seguir los instintos de su<br />
especie.<br />
Sinj<strong>un</strong> no había hecho nada malo, salvo actuar como <strong>un</strong> tigre. A las personas sólo las<br />
encerraban cuando delinquían. A él lo habían arrebatado de su hábitat natural, lo habían<br />
encerrado en <strong>un</strong>a jaula diminuta y lo habían obligado a vivir bajo la mirada de sus enemigos. Y<br />
ahora, sólo porque Daisy no se había dado cuenta de que la puerta de su jaula estaba rota, iban a<br />
matarlo.<br />
Se movió lo más rápidamente que pudo para interponerse entre su marido y el tigre.<br />
—Quítate de en medio, Daisy. —El tono tranquilo de su voz no suavizaba la autoridad de su<br />
orden.<br />
—No dejaré que lo mates —susurró ella en respuesta. Y se acercó lentamente al tigre.<br />
Los ojos dorados del animal se clavaron en ella. La atravesaron. Daisy sintió cómo el terror de<br />
Sinj<strong>un</strong> penetraba en cada célula de su cuerpo hasta <strong>un</strong>irse al de ella. Sus almas se f<strong>un</strong>dieron y ella<br />
lo oyó en su corazón.<br />
«Los odio.»<br />
«Lo sé.»<br />
«Detente.»<br />
«No puedo.»<br />
Daisy acortó la distancia entre ellos hasta que apenas los separaron dos metros.<br />
—Alex te matará —susurró, mirando fijamente los ojos dorados de la bestia.<br />
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