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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

Daisy dio <strong>un</strong> paso adelante de mala gana. Sheba se puso al lado de Alex. Los dos se quedaron<br />

en silencio y Daisy tuvo la sensación de ser <strong>un</strong>a intrusa.<br />

Alex no dijo nada, pero la escrutó de tal manera que ella se sintió desnuda.<br />

—Date la vuelta —ordenó Sheba.<br />

Daisy se sentía como <strong>un</strong>a prostituta expuesta ante <strong>un</strong> cliente por la madame de turno. A<strong>un</strong>que<br />

el espejo del cuarto de baño era muy pequeño, sabía de sobra como le quedaba el maillot por<br />

detrás y se hacía <strong>un</strong>a buen idea de lo que ellos estaban viendo: dos nalgas redondas, desnudas<br />

salvo en el lugar donde se <strong>un</strong>ían y que estaba cubierto por <strong>un</strong> trozo de tela. Ruborizada se dio la<br />

vuelta de nuevo.<br />

—Es <strong>un</strong> espectáculo para familias —dijo Alex. —No quiero que salga así.<br />

Sheba se acercó a ella y comenzó a desatar el corpiño.<br />

—Tienes razón. No tiene atributos suficientes para llenarlo adecuadamente. Fuera. —Daisy<br />

sintió las manos de la mujer en el cuello. —Veamos si el otro te queda mejor.<br />

Sheba abrió el maillot sin avisar y se lo bajó, dejando a Daisy desnuda hasta la cintura. Con <strong>un</strong>a<br />

exclamación ahogada, Daisy agarró el charco de lentejuelas y la red que se le habían deslizado<br />

hasta el vientre, pero tenía los dedos torpes y fue como intentar atrapar aire. Miró a Alex.<br />

Él estaba apoyado contra el fregadero, con los tobillos cruzados y las manos apoyadas en el<br />

mostrador que tenía detrás. Daisy le suplicó en silencio que apartara la vista, pero él no dejó de<br />

mirarla fijamente.<br />

—Por Dios, Daisy, te sonrojas como <strong>un</strong>a virgen. —Los labios de Sheba se curvaron en <strong>un</strong>a<br />

sonrisa. —Me sorprende que te acuestes con Alex y aún recuerdes cómo sonrojarte.<br />

Las joyas brillaron en el cinturón de cosaco de Alex cuando éste dio <strong>un</strong> paso adelante. —Ya<br />

basta, Sheba. Déjala en paz. Sheba se dio la vuelta para coger el otro maillot. Alex se interpuso<br />

entre las dos mujeres, casi como si quisiera ocultar la desnudez de Daisy, lo que era ridículo, pues<br />

era de él de quien ella quería esconderse.<br />

—Dámelo. —Las mangas flojas de la camisa blanca ondearon cuando arrancó el maillot de<br />

lentejuelas rojas de las manos de Sheba. Lo miró y se lo dio a Daisy. —Éste está mejor. Mira a ver<br />

si te sirve.<br />

Ella cogió el maillot y entró corriendo en el cuarto de baño. Cuando hubo cerrado la puerta, se<br />

apoyó contra ella e intentó respirar con normalidad, pero le palpitaba el corazón y le ardía la piel.<br />

«Te has criado con <strong>un</strong>a madre que tomaba el sol desnuda. Esto no es para tanto.» Quizá no, pero<br />

le molestaba.<br />

Finalmente se puso el maillot, y vio con alivio que la cubría algo más que el otro. Las lentejuelas<br />

rojas, en forma de lengua de fuego, trepaban desde la entrepierna hasta el corpiño, donde se<br />

pegaban a sus pechos de manera irregular y dentada. Las aberturas de la pierna llegaban casi<br />

hasta la cintura, mostrando <strong>un</strong>a buena porción de piel. Abrió la puerta y salió a regañadientes del<br />

baño. Al menos le cubría la cintura.<br />

Sólo estaba Alex, apoyado en el borde de la mesa con la cadera. Daisy tragó saliva.<br />

—¿Dónde está Sheba?<br />

—Tenía que hablar con Jack. Date la vuelta.<br />

Ella se mordisqueó el labio inferior y no se movió.<br />

—Habéis sido amantes, ¿verdad?<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 62

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