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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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Tater, atado cerca de la caravana, soltó <strong>un</strong> barrito al ver a Daisy.<br />

—Tengo que darle las buenas noches.<br />

<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

Alex sintió los brazos vacíos cuando ella se acercó a Tater y apretó la mejilla contra su cabeza.<br />

Tater la rodeó con la trompa y Alex tuvo que contener el deseo de apañarla antes de que el<br />

elefantito la aplastara por <strong>un</strong> exceso de cariño. Un gato. Quizá podría comprarle <strong>un</strong> gato. Sin uñas,<br />

para que no le arañara.<br />

La idea no lo tranquilizó. Conociendo a Daisy, probablemente se asustaría también de los gatos<br />

domésticos.<br />

Finalmente Daisy se alejó de Tater y siguió a Alex a la caravana, donde comenzó a desvestirse,<br />

pero se lo pensó mejor y se sentó a los pies de la cama.<br />

—Venga, échame la bronca. Sé que llevas queriendo hacerlo todo el día.<br />

Alex n<strong>un</strong>ca la había visto tan desolada. ¿Por qué siempre tenía que pensarlo peor de él?<br />

A<strong>un</strong>que su corazón lo impulsaba a tratarla con suavidad, su mente le decía que tenía que dejar las<br />

cosas claras y echarle <strong>un</strong> sermón que jamás olvidaría. El circo estaba lleno de peligros y él haría<br />

cualquier cosa para mantenerla a salvo.<br />

Mientras pensaba en eso, ella lo miró y todos los problemas del m<strong>un</strong>do se reflejaron en las<br />

prof<strong>un</strong>didades violeta de sus ojos.<br />

—No podía dejar que lo mataras, Alex. No podía.<br />

Las buenas intenciones de Alex se disolvieron.<br />

—Lo sé. —Se sentó a su lado y comenzó a quitarle las hebras de paja del pelo mientras le<br />

hablaba con voz ronca: —Lo que has hecho hoy fue lo más valiente que he visto n<strong>un</strong>ca.<br />

—Y lo más estúpido. Venga, dilo.<br />

—Eso, también. —Alex alargó la mano y le apartó <strong>un</strong> mechón de la mejilla con el dedo índice.<br />

Miró nariz respingona y no pudo recordar haber visto algo que lo conmoviera más<br />

prof<strong>un</strong>damente. —Cuando te conocí, pensé que eras <strong>un</strong>a niña mimada, tonta y consentida;<br />

demasiado hermosa para su propio bien.<br />

Como era de esperar, ella comenzó a negar con la cabeza.<br />

—No soy hermosa. Mi madre...<br />

—Lo sé. Tu madre era bellísima y tú eres feísima —sonrió. —Lamento decirte, nena, que no<br />

estoy de acuerdo contigo.<br />

—Eso es porque no la conociste.<br />

Daisy lo dijo con tal seriedad que él tuvo que reprimir <strong>un</strong>o de esos ataques de risa que lo<br />

asaltaban cada vez que estaban j<strong>un</strong>tos.<br />

—¿Tu madre habría conseguido meter al tigre en la jaula?<br />

—Quizá no, pero era muy buena con los hombres. Se desvivían por ella.<br />

—Pues este hombre se desvivirá por ti. Daisy abrió mucho los ojos, y él lamentó haber dicho<br />

esas palabras porque sabía que habían revelado demasiado. Se había prometido a sí mismo que la<br />

protegería de sus sueños románticos, pero acababa de insinuar cuánto le importaba. Conociendo a<br />

Daisy y su anticuada visión del matrimonio, imaginaría que aquel cariño era amor y empezaría a<br />

construir castillos en el aire sobre <strong>un</strong> futuro j<strong>un</strong>tos; quimeras que la retorcida carga emocional de<br />

él no le dejarían cumplir. La única manera de protegerla era hacerle ver con qué cabrón hijo de<br />

perra se había casado.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 169

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