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Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel

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CAPÍ ÍTULLO 13<br />

—¿Puedes intentar mantener los ojos abiertos esta vez?<br />

<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />

SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />

Daisy notó que Alex estaba perdiendo la paciencia con ella. Estaban detrás de las caravanas, en<br />

<strong>un</strong> campo de béisbol a las afueras de Maryland, <strong>un</strong> sitio muy parecido al que habían estado los<br />

días anteriores y llevaban así casi dos semanas. La joven tenía los nervios tan tensos que estaban a<br />

p<strong>un</strong>to de estallar.<br />

Tater estaba cerca de ellos, alternando suspiros de amor por su dama con remover el barro.<br />

Después de que Daisy se hubiera enfrentado al elefantito <strong>un</strong>as semanas atrás, Tater había<br />

comenzado a escaparse para buscarla y, finalmente, Digger lo había castigado con el pincho. La<br />

joven no había podido tolerar tal cosa, así que le había dicho que ella se encargaría de cuidar al<br />

elefante durante el día cuando vagara por ahí. Todos —excepto la propia Daisy—parecían haberse<br />

acostumbrado a ver trotando a Tater detrás de ella como si fuera <strong>un</strong> perrito faldero.<br />

—Si abro los ojos daré <strong>un</strong> respingo —señaló Daisy mientras su marido empuñaba el látigo— y<br />

me dijiste que me harías daño si daba respingos.<br />

—Tienes el blanco tan alejado de tu cuerpo que podrías estar bailando El lago de los cisnes y ni<br />

siquiera te rozaría.<br />

Había algo de verdad en lo que decía. El rollo de periódico que sostenía en la mano medía más<br />

de treinta centímetros y, además, ella tenía el brazo extendido. Pero cada vez que Alex agitaba el<br />

látigo arrancando <strong>un</strong> trozo del extremo, ella daba <strong>un</strong> salto. No podía evitarlo.<br />

—Puede que mañana consiga abrir los ojos.<br />

—En tres días estarás en la pista central. Es mejor que los abras ya.<br />

Daisy abrió los ojos de golpe al oír la voz sarcástica y acusadora de Sheba que estaba donde<br />

Alex había dejado los látigos enroscados en el suelo. Tenía los brazos cruzados y el sol arrancaba<br />

destellos a su pelo, que brillaba como las llamas del infierno.<br />

—Ya deberías haberte acostumbrado. —Se agachó con rapidez y cogió <strong>un</strong>o de los rollos de<br />

papel de diez centímetros que había en el suelo. Ésos eran los blancos de verdad, los que se<br />

suponía que Daisy debía sostener en la f<strong>un</strong>ción, pero hasta ese momento Alex no había podido<br />

convencerla para que practicaran con algo que midiera menos de treinta centímetros.<br />

Sheba comenzó a hacer rodar <strong>un</strong>o de los pequeños rollos entre los dedos como si fuera <strong>un</strong><br />

pitillo, luego se acercó a Daisy y se detuvo a su lado.<br />

—Quítate de en medio.<br />

Daisy retrocedió.<br />

Sheba miró a Alex con <strong>un</strong> destello desafiante en los ojos.<br />

—Aprende cómo se hace.<br />

Se puso de perfil, echó el pelo hacia atrás y se colocó el rollo entre los labios.<br />

Por <strong>un</strong> momento Alex no hizo nada, y Daisy notó que había <strong>un</strong>a vieja historia entre la dueña del<br />

circo y él, <strong>un</strong>a historia de la cual Daisy no sabía nada. Parecía como si Sheba desafiara a su marido,<br />

pero ¿para que hiciera qué? Alex levantó el brazo tan repentinamente que ella apenas vio el<br />

movimiento de su muñeca.<br />

«¡Zas!» El látigo restalló a pocos centímetros de la cara de la mujer y el extremo del rollo<br />

desapareció.<br />

Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 132

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