Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
a lomos del caballo de <strong>un</strong> salto mientras el equino trotaba por la pista. Un escalofrío de inquietud<br />
se deslizó por la espalda de Daisy. Sin duda alg<strong>un</strong>a él no iba a...<br />
Daisy sintió que sus pies dejaban de tocar el suelo cuando Alex se inclinó sobre el lateral del<br />
caballo para subirla en sus brazos. Antes de saber qué sucedía, estaba sentada en su regazo.<br />
Se apagaron las luces, dejando la pista sumida en la oscuridad. Los aplausos fueron<br />
ensordecedores. Alex aflojó <strong>un</strong>o de los brazos mientras ella se agarraba frenéticamente a su<br />
cintura. Un momento después, sonó <strong>un</strong>a explosión y el gran látigo de fuego danzó por encima de<br />
sus cabezas.<br />
Daisy cruzó la estrecha carretera asfaltada que separaba el aparcamiento donde estaba<br />
instalado el circo de la playa vacía. A la izquierda las luces multicolores de la feria, en el paseo<br />
marítimo de Jersey Shore, destellaban en el caos de la noche: la noria, los coches de choque, los<br />
tiovivos y los puestos de chucherías.<br />
El debut de Daisy había tenido lugar en la primera representación del circo en ese pequeño<br />
pueblo costero y ahora estaba demasiado excitada para dormir. El público de la seg<strong>un</strong>da f<strong>un</strong>ción<br />
había reaccionado con más entusiasmo aún y <strong>un</strong>a maravillosa sensación de realización le impedía<br />
sentirse cansada. Incluso Brady Pepper había abandonado su acostumbrado silencio para brindarle<br />
<strong>un</strong>a gélida inclinación de cabeza.<br />
Inhaló el olor del mar y comenzó a pasear por la arena, que había perdido el calor del día y le<br />
enfriaba los pies al metérsele en las sandalias. Le encantaba estar j<strong>un</strong>to al océano y se alegraba de<br />
que el circo fuera a permanecer allí más de <strong>un</strong>a noche.<br />
—¿Daisy? —Se volvió y vio a Alex en lo alto de las escaleras, <strong>un</strong>a alta y delgada silueta<br />
recortada contra el tenue resplandor de la noche. La brisa le revolvía el pelo y le pegaba la camisa<br />
al cuerpo. —¿Te importa si paseo contigo o prefieres estar sola?<br />
—¿Vas armado?<br />
—Ya he guardado los látigos por esta noche.<br />
—Entonces ven. —Daisy sonrió y le tendió la mano.<br />
Alex vaciló <strong>un</strong> momento y ella se preg<strong>un</strong>tó si el gesto habría sido demasiado personal para él.<br />
Decía mucho de su relación el hecho de que cogerse de la mano fuera más íntimo que mantener<br />
relaciones sexuales. A<strong>un</strong> así, no bajó el brazo. Aquello sólo era <strong>un</strong> reto más que ella debía vencer.<br />
Las botas de Alex resonaron en los escalones de madera cuando se acercó. Le cogió la mano y<br />
las callosidades de su palma le recordaron a Daisy que era <strong>un</strong> hombre acostumbrado al trabajo<br />
duro. Aquella cálida y firme mano envolvió la suya.<br />
La playa estaba desierta, pero aún quedaban restos que había dejado la gente que había<br />
acudido al lugar adelantándose a la temporada veraniega: latas vacías, plásticos, la tapa rota de <strong>un</strong><br />
vaso térmico. Se dirigieron hacia el mar.<br />
—Al público le ha gustado el número.<br />
—Estaba tan asustada que me temblaban las rodillas. Si no hubiera sido por el giro que Jack le<br />
dio a la historia, mi actuación hubiera resultado <strong>un</strong> desastre. Cuando intenté agradecérselo me<br />
dijo que había sido idea tuya. —Lo miró y sonrió. —¿No crees que te has pasado <strong>un</strong> poco con lo de<br />
las monjas francesas?<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 146