Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
Ella rodó sobre su estómago. Él tiró de la sábana y Daisy sintió el roce del aire frío en la parte<br />
trasera de los muslos desnudos. Se negó a moverse. Si lo hacía tendría que enfrentarse a <strong>un</strong> nuevo<br />
día.<br />
—Venga, Daisy.<br />
Ella enterró la cara más prof<strong>un</strong>damente en la almohada.<br />
Sintió cómo <strong>un</strong>a mano grande y cálida se posaba sobre la frágil seda de sus bragas y abrió los<br />
ojos de golpe. Con <strong>un</strong> grito ahogado se puso boca arriba y tiró de la sábana para cubrirse con ella.<br />
Él sonreía ampliamente.<br />
—Pensé que eso te despertaría por completo.<br />
Era el diablo en persona. Sólo el diablo estaba vestido y afeitado a esa hora tan impía. Ella le<br />
enseñó los dientes.<br />
—No me gusta madrugar. Déjame en paz.<br />
Alex la recorrió lentamente con la mirada, recordándole que de hecho estaba prácticamente<br />
desnuda bajo la sábana, sólo vestida con <strong>un</strong>a vieja camiseta suya y <strong>un</strong>as bragas muy pequeñas.<br />
—Tenemos casi tres horas de viaje por delante y nos marchamos en diez minutos. Vístete y haz<br />
algo útil. —Se apartó de ella y se dirigió al fregadero.<br />
Daisy entrecerró los ojos ante la grisácea luz matutina que entraba por las pequeñas y sucias<br />
ventanas.<br />
—Todavía es de noche.<br />
—Son casi las seis. —Se sirvió <strong>un</strong>a taza de café y ella esperó a que se la diera. Pero él se limitó a<br />
llevar la taza a los labios.<br />
Ella se recostó en el sofá.<br />
—No he logrado conciliar el sueño hasta las tres. Me quedaré aquí dentro mientras tú<br />
conduces.<br />
—Va contra la ley. —El dejó la taza de café sobre la mesa, luego se agachó para recoger<br />
rápidamente la ropa del suelo. La examinó con ojo crítico.<br />
—¿No tienes vaqueros?<br />
—Por supuesto que tengo vaqueros.<br />
—Pues póntelos.<br />
Ella lo miró con aire de satisfacción.<br />
—Están en la habitación de invitados de la casa de mi padre.<br />
—Cómo no. —Le tiró las ropas que había recogido del suelo. —Vístete.<br />
Daisy quiso decir algo imperdonablemente rudo, pero estaba segura de que a él no le haría<br />
gracia, así que se metió a regañadientes en el baño. Diez minutos después salió vestida de manera<br />
ridícula con <strong>un</strong>os pantalones de seda color turquesa y <strong>un</strong>a camiseta de algodón azul marino con <strong>un</strong><br />
estampado de racimos de cerezas rojos. Cuando Daisy abrió la boca para protestar por la elección<br />
de ropa, reparó en que él estaba frente al armario abierto de la cocina y parecía a la vez enojado y<br />
peligroso.<br />
La mirada de la joven cayó sobre el látigo negro que llevaba enroscado en el puño y el corazón<br />
comenzó a latirle con fuerza. No sabía qué había hecho, pero sabía que estaba metida en<br />
problemas. Allí estaba. En el tiroteo del Cosaco Corral.<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 35