Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
hiciera. Las feas y horribles palabras que había dicho le resonaron en los oídos. Palabras que ella<br />
n<strong>un</strong>ca olvidaría ni perdonaría. Porque ni siquiera Daisy tenía el corazón tan grande como para<br />
perdonar algo semejante.<br />
Cuando llegó a la jaula, Sinj<strong>un</strong> le sostuvo la mirada sin parpadear, con tanta atención que<br />
pareció llegar a los rincones más prof<strong>un</strong>dos de su alma. ¿Qué veía el tigre? Alex traspasó la cuerda<br />
de seguridad y agarró los barrotes. Aquel lugar frío y vacío que siempre había tenido en su interior<br />
había desaparecido, pero ¿qué había ocupado su lugar?<br />
La mirada de Alex se clavó en la del tigre y se le pusieron los pelos de p<strong>un</strong>ta. Por <strong>un</strong> momento<br />
todo quedó en suspenso y luego oyó <strong>un</strong>a voz —su propia voz— diciéndole exactamente lo que<br />
veía el tigre.<br />
«Amor.»<br />
El corazón le golpeó las costillas. «Amor.» Ése era el sentimiento que no había reconocido, el<br />
sentimiento que había provocado el deshielo. Estaba aprendiendo a amar. Daisy se había dado<br />
cuenta. Había sabido lo que le ocurría a<strong>un</strong>que él lo había negado.<br />
La amaba. Total y absolutamente. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Era más preciosa<br />
para él que todos esos iconos antiguos y que las obras de arte que llenaron su vida durante tanto<br />
tiempo. Al vivir con ella había aprendido a ser feliz. Daisy le había mostrado la alegría, la pasión,<br />
todo... Y lo había hecho con <strong>un</strong>a impresionante humildad. ¿Y qué le había dado él a cambio?<br />
«No te amo, Daisy. N<strong>un</strong>ca lo haré.»<br />
Apretó los párpados al recordar cómo había negado <strong>un</strong>a y otra vez el precioso regalo que ella le<br />
daba. Pero con <strong>un</strong> valor que le dejaba sin aliento, Daisy había seguido ofreciéndoselo. No<br />
importaba cuántas veces hubiera negado Alex su amor, ella continuaba brindándoselo.<br />
Ahora aquel amor estaba encarnado en el niño que crecía en el vientre de su esposa. El niño<br />
que había dicho que no quería. El niño que deseaba con cada latido de su corazón.<br />
¿Qué había hecho? ¿Cómo iba a recuperar a su esposa? Volvió la cabeza hacia la caravana,<br />
deseando que la luz estuviera encendida, pero la ventana permanecía en penumbra.<br />
Tenía que ganársela de nuevo, tenía que hacer que perdonara todas las desagradables palabras<br />
que había dicho. Había sido tan arrogante, había estado tan ciego, tan obsesionado con el pasado,<br />
que le había dado la espalda al futuro. La había traicionado de <strong>un</strong> modo tan absoluto que nadie en<br />
su lugar lo perdonaría.<br />
Pero Daisy no era <strong>un</strong>a mujer común. Para ella amar era tan natural como respirar. No era capaz<br />
de contener su amor igual que no era capaz de hacer daño a nadie. Buscaría misericordia en su<br />
dulzura y en su generosidad. No tendría más secretos para ella. Le diría todo lo que sentía y, si eso<br />
no la ablandaba, le recordaría aquellos votos sagrados que siempre sacaba a relucir. Se<br />
aprovecharía de su simpatía, la intimidaría, le haría el amor hasta que no recordara que la había<br />
traicionado. Le recordaría que ahora era <strong>un</strong>a Markov, y que las mujeres Markov luchaban por sus<br />
hombres, incluso a<strong>un</strong>que éstos no se lo merecieran.<br />
La ventana de la caravana seguía a oscuras. Decidió dejarla dormir, darle tiempo para que se<br />
recuperara, pero en cuanto amaneciera haría todo lo que estuviera en su mano para ganársela de<br />
nuevo.<br />
El circo comenzaba a vaciarse y él se puso a trabajar. Mientras desmontaban la cubierta, pensó<br />
en cómo podría demostrarle su amor, cómo podría hacerle ver que, a partir de ahora, todo sería<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 223