Susan Elizabeth Phillips – Besar a un Ángel
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<strong>Besar</strong> a <strong>un</strong> <strong>Ángel</strong><br />
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS<br />
—¿Sacrosanto? —La miró con incredulidad. —¿Cómo es posible que alguien que creció<br />
rodeada de parásitos sociales y estrellas de rock haya salido así de puritana?<br />
—¡Lo sabía! Sabía que pensabas que soy puritana, pero anoche no fuiste lo suficientemente<br />
sincero como para admitirlo.<br />
—Ya entiendo. Estás intentando sacarme de quicio a propósito. Oiga lo que diga te cabrearás<br />
igualmente conmigo, ¿no? —Alex le dirigió <strong>un</strong>a mirada exasperada.<br />
—No intentes hacerte el inocente conmigo. Eres demasiado borde para eso.<br />
Alex volvió la cabeza y, para sorpresa de Daisy, parecía muy dolido.<br />
—¿De verdad crees que soy borde?<br />
—No lo eres todo el rato —admitió ella. —Pero sí la mayor parte del tiempo. Casi siempre, en<br />
realidad.<br />
—Cualquiera del circo te dirá que soy el gerente más imparcial que han conocido.<br />
—Eres imparcial. —Hizo <strong>un</strong>a pausa. —Con todos menos conmigo.<br />
—He sido justo contigo. —Vaciló. —Bueno, tal vez no lo fui el día de la fiesta sorpresa, pero<br />
aquello me pilló desprevenido y... eso no me excusa, ¿verdad? Lo siento, Daisy. No debería<br />
haberte humillado de aquella manera.<br />
Ella lo observó, luego asintió con la cabeza.<br />
—Acepto tus disculpas.<br />
—Y no fui borde anoche.<br />
—Preferiría no hablar de lo que pasó anoche. Y quiero que me prometas que no intentarás<br />
seducirme de nuevo esta noche. Tengo que reflexionar y pienso hacerlo en el sofá.<br />
—No sé qué tienes que pensar. No crees en el sexo fuera del matrimonio, pero estamos<br />
casados, así que, ¿cuál es el problema?<br />
—Nuestro matrimonio es <strong>un</strong> «acuerdo legal» —señaló ella con suavidad. —Hay <strong>un</strong>a sutil<br />
diferencia.<br />
Él masculló <strong>un</strong>a obscenidad especialmente desagradable. Antes de que pudiera recriminárselo,<br />
Alex giró a la derecha bruscamente y entró en el aparcamiento de camiones de <strong>un</strong>a estación de<br />
servicio.<br />
Esta vez la camarera era hosca y de mediana edad, así que Daisy no tuvo ningún problema en<br />
dejarlo solo para ir al servicio. Debería habérselo pensado mejor, pues cuando salió él había<br />
entablado conversación con <strong>un</strong>a atractiva rubia que estaba sentada en la mesa de al lado.<br />
Daisy sabía que él la había visto salir del baño, pero a<strong>un</strong> así vio cómo la rubia cogía su taza de<br />
café y se sentaba al lado de su marido. Sabía por qué Alex hacía eso. Quería asegurarse que ella no<br />
le daba importancia a lo que había sucedido entre ellos.<br />
Daisy apretó los dientes. Tanto si Alex Markov quería admitirlo como si no, era <strong>un</strong> hombre<br />
casado, y ningún flirteo del m<strong>un</strong>do cambiaría eso.<br />
Vio <strong>un</strong> teléfono público en la pared, no lejos de la mesa donde la rubia admiraba los músculos<br />
de su marido. En cuanto controló su temperamento, descolgó el teléfono y lo mantuvo apretado<br />
contra la oreja mientras contaba hasta veinticinco. Finalmente, se volvió hacia él y exclamó:<br />
—¡Alex, querido! ¡¿A que no lo adivinas?!<br />
Él levantó la cabeza y la miró con cautela.<br />
Escaneado por PACI <strong>–</strong> Corregido por Mara Adilén Página 114